lunes, 19 de diciembre de 2016

Lo que me enseñó la leña (Agradecimiento de fin de año)



Se termina diciembre y parece que todo empuja a hacer una revisión del año que termina. Y a mí me está pasando que, cuando miro hacia atrás, descubro que estoy muy contenta y agradecida por haber aprendido algo importante, sobretodo desde el verano hasta ahora. Voy a ver si lo puedo expresar.

Todo tiene que ver con la leña. Va a sonar a tontería, como quien descubre la rueda otra vez, pero mi perspectiva de la vida nunca será la misma después de haber pasado el verano y parte del otoño yendo al monte a por leña al modo antiguo. Como todo el mundo sabrá, la leña para calentarse en invierno es, aquí, una cuestión de vital importancia. Yo vine a vivir otra vez a Tabuyo en setiembre del 2015 y en aquel entonces no tuve modo ni tiempo suficiente de conseguir leña en el monte, de manera que el invierno pasado tuve que comprarla. Este verano, decidida a mejorar esta situación, llegué a la conclusión de que, dadas mis circunstancias personales, lo mejor sería conseguir un carrín como el que casi todas las familias tienen, para ir yo misma al monte y recoger ramas desechadas tras los desbroces y las podas, porque hay muchísimas desperdigadas por el sotobosque y es tontería comprar leña estando el monte como está. De paso, desbrozas bosque y le quitas leña muerta que solo entorpece el paso y acumula plagas posibles.


Puse un cartel en el bar diciendo que compraba un carrín, y al cabo de dos días ya tenía a dos vecinos ofreciéndose no a venderme sino a prestarme un carrín, indefinidamente, porque ya no lo utilizaban. Mira qué bien. Cogí el primero que se me ofreció sin pensarlo dos veces, y allá que me fui, camino al monte, con un hacha y un serrucho, dispuesta a acumular leña para el invierno o, por lo menos, para parte del mismo (porque no estaba segura de cuánta leña me daría tiempo a traer)

Y es con esta experiencia que he aprendido muchísimo. Emprendí la cosa sólo pensando en la leña, pero de repente me encontré "sintiéndome en los zapatos" de los mayores, y de los antiguos pobladores de Tabuyo, ANTES de que existieran tractores, camionetas, furgonetas y todo vehículo de motor con el que hoy se suele acarrear la leña a casa. Así que, mira por dónde, mi desventaja, que es no tener carnet de conducir, ni vehículo, ni nadie que pueda acompañarme varias veces al monte para traer leña durante el verano, me condujo a experimentar una sensación de comprender mucho mejor a la gente mayor, y a la gente "de antes". Tanto ir y venir del monte A PIE, a ritmo lento, cargando a pulso el carrito, sudando, peleándome con moscas, moscas de burro, tábanos y demás, tanto ver que por mucha leña que traía, nunca parecía ser suficiente porque aquello (pino viejo) iba a durar un suspiro en el fuego, y el invierno sería largo...tanto descubrir, en otras palabras, el esfuerzo que los antiguos tuvieron que hacer sólo para calentarse en invierno, me dejó conmovida y sobrecogida.

No tenemos ni idea. Y hoy en día tenemos sangre de horchata= Esa fue mi conclusión. Porque fíjate, sólo estaba recogiendo "un poco de leña", ni siquiera TODA la que iba a necesitar (por falta de tiempo y manera de organizarme para que mi hijo no estuviera muy solo, etcétera). No estaba haciendo ni la décima parte de trabajo físico que aquella gente hacía de manera normal, diaria y rutinaria (como cuidar de animales domésticos tipo gallinas, cerdos, conejos, cultivar huerta, cultivos de grano, pastoreo de vacas o cabras, hilar, tejer, ir al molino, hacer pan, coser, lavar ropa en fuentes o regueros, fuera de casa, etc) ¡y ya me parecía muchísimo trabajo! Así que valoré el esfuerzo que los antepasados tuvieron que realizar no sólo para sobrevivir ellos, sino para criar a sus hijos y, en definitiva, para transmitirnos la vida que HOY disfrutamos y tenemos.

Tuve la sensación de que realmente somos como enanos subidos a lomos de gigantes, pero los gigantes son los antepasados y su fuerza y resistencia para superar diariamente muchos obstáculos que hoy nos agotan. Nos quejamos por costumbre, pero no nos damos cuenta de lo absurdo de tanta queja. Me he acordado mucho de Eliberto y su mujer, Lucinda, a los que aún pude conocer hace años. Cuántas veces ella me contaba las caminatas de horas y horas que hacían ara ir a buscar urces y venderlas, por ejemplo, y a veces me decía: "¡Ay, que no vengan tiempos tan duros como los que nos tocó vivir! ¡Que no os toque pasar por lo que pasamos! No sabéis lo bien que estáis ahora".

Así que al final me sucedió algo muy curioso: cuanto más iba al monte a por leña, más agradecida estaba por estar viva, más me acordaba de mis propios antepasados (sobretodo los que vivieron antes del invento de los vehículos con motor y antes de las motosierras) y más valoraba la cantidad de oportunidades que tenemos hoy. De manera que en lugar de sentirme enfadada o deprimida por "tener que" ir al monte con el carrín, le cogí gusto a la cosa, y hasta vicio. Al final hubiera ido todos los días, de no ser porque no podía dejar a mi hijo solo, ni con nadie tanto tiempo. Si mi hijo hubiera sido mayor, otro gallo hubiera cantado, pero en fin, todo se andará.

Reuní un buen montón de tronquitos de grosor fino y medianito, lo justo para poderlos serrar a mano, ya que aunque tengo motosierra, no me atrevo a usarla todavía, y menos estando sola, que ese trasto tiene mucho peligro. Tal vez algún día me atreva y me lance pero de todos modos descubrí la bondad de la sierra de arco y decidí hacer acopio de todas esas ramas que luego, en invierno, son imprescindibles para encender el fuego o para animarlo cuando quemas troncos gruesos que, por si solos, les cuesta arder del todo. Y los troncos grandes ya los conseguiría, o bien comprándolos como el año pasado, o bien gracias al sorteo de leña comunal que, al final, este año sí se realizó.

De manera que cuando ya no lo esperaba, pude asistir por primera vez a un sorteo de leña, y además me tocó un buen lote de roble. Así que ahora tengo troncos gruesos y densos (roble) que combinan de manera perfecta con los palitos que con tanto cariño, esfuerzo e ilusión recogí en verano.

Para rematar este aprendizaje a través de la leña, pude experimentar el contraste con los medios modernos (tractor y motosierra) y la versión solidaria y amistosa de la ayuda mutua y DESINTERESADA que, afortunadamente, aún existe en este pueblo. Porque un vecino se ofreció a cortarme los troncos de roble, y al final él y otro vecino más, los dos juntos, me serraron todos los troncos (a mí y a alguna otra persona, por lo que sé)

Así que después de ir dos meses sola al monte y serrar a mano mis palitos, me quedé "ojiplática", como se dice hoy en día, al ver que en una hora escasa estos dos hombres liquidaban las dos o tres toneladas de roble que me tocaron en suerte. Yo esperaba tardar toda la mañana en acabar con aquello, y llevaba hasta algo para comer por si me daba hambre, pero no me dio tiempo ni a que me bajara el desayuno. ¡Qué máquinas...! Eternamente agradecida, no sólo por el hecho en sí de haberme serrado los troncos y habérmelos traído a casa en el remolque del tractor (yo hubiera tardado muchos días en traerlos con el carrín), sino también porque, sin pretenderlo ellos, me "enseñaron" o mostraron otra característica de cómo vivían los antiguos y cómo viven todavía algunas personas: ayudándose si hace falta.


Me gustaría devolverles el favor pero no se me ocurre qué dar a personas que tienen mucho más que yo y parecen no necesitar nada (en principio), así que aún sigo pensando en ello y, de momento, a falta de mejores ideas, les menciono en este blog para que quede constancia de mi gratitud y para que su gesto sirva también como recordatorio a personas de lejos que me leen, que aún es posible vivir de otra manera y no todo está perdido en la humanidad. No todo es egoísmo, hoy en dia. No todo.

De manera que gracias a vivir en Tabuyo del Monte otra vez, he podido experimentar una serie de cosas importantes que hacen que termine este año sintiéndome con más perspectiva que el anterior. Más agradecida por lo que tengo, y por todas las oportunidades que mis antepasados me legaron. Más agradecida por el esfuerzo de mis bisabuelos y abuelos. Más agradecida también a quien eligió alquilarme una casa en Tabuyo, en lugar de simplemente guardarla cerrada y en desuso. Más agradecida a los dos vecinos que me ofrecieron desinteresadamente su carrín (aunque sólo tomé prestado uno, valoro también el gesto del otro) Más agradecida por que aún se cuide monte comunal y se hagan sorteos de leña para los vecinos. Más agradecida, en definitiva, por todo.

Y nadie se imagina la inmensa SATISFACCIÓN que siento ahora, cada mañana, cuando me levanto y enciendo el fuego de la estufa o la cocina con "mis" preciosos palitos (casi recuerdo dónde cogí cada uno) que me costó tanto reunir; con los troncos que otros me serraron, y en esta casa que un alma bendita quiso restaurar y alquilar, y que lo hizo tan bien que aquí no entra el frío ni queriendo. Me despierto cada día a las siete y media de la mañana y casi no necesito ni echarme una bata por encima, es increíble, nunca había vivido en una casa de pueblo igual.


Finalmente, recuerdo todas las mañanas a mi abuelo Paco, de Noceda del Bierzo (en la foto de arriba, junto a mi abuelita Hortensia, en el prado de su casa) quien se levantaba antes que nadie para prender la lumbre de la cocina, de manera que el resto de la familia cuando fuera a desayunar se encontraran ya con la calidez en marcha. Porque yo hago tooodos los días lo mismo: antes de que se levante mi hijo, enciendo el fuego para que él desayune notando el calor rico de las llamas. Y no puedo evitar sentir que, por pobre que parezca mi vida a ojos de algunas personas, que aún no entienden qué hago viviendo aquí, a mí me parece una vida de lo más rica, pues está unida al espíritu de los ancestros, al cariño que algunas personas sí heredaron y en definitiva a todas las cosas buenas que nos han permitido, como humanidad, sobrevivir en tiempos duros y llegar hasta donde estamos hoy.

Pero esto lo he podido vivir gracias a estar en Tabuyo, de manera que agradezco una vez más a este pueblo que, dentro de su variedad y riqueza humana contenga también y todavía el cariño, la generosidad y la grandeza de alma de algunos de los antiguos.

En los corazones y las casas cerrados se pudre todo y se acaba la historia. Mejor sacudirse el polvo de los zapatos de los lugares donde parece que molestas, o no te miran bien, como decía Jesucristo, y no mirar más en esa dirección estéril.

En cambio, en los corazones y casas abiertas, florece la vida y todo continúa. Así que para el año que viene deseo a Tabuyo pero sobretodo a quienes me habéis ayudado o simplemente acompañado durante este año con amabilidad y cortesía (y no sólo con el tema de la leña), mucha vida, mucha prosperidad, y que os florezca en las manos todo cuanto soñeis y hagáis. Que en el 2017 florezcan hasta los fuegos de vuestro hogar, hale. Porque donde salen flores seguirá la vida.