miércoles, 6 de mayo de 2009

Con los Pies en el Arroyo

(La transparencia y pureza del agua que por aquí corre, protagonista indirecta de esta entrada...La foto está sacada en un reguero de los que rodean Tabuyo)

Llegó la hora de hablar de la transparencia y pureza del agua que, en estos paisajes, aún es posible disfrutar. Y digo “aún” porque parece que, en más sitios cada vez, a medida que transcurren los años y la civilización va acaparando hasta el último rincón de paisaje virgen, el agua paga las consecuencias perdiendo calidad, estropeándose. Pero aquí todavía es posible verla correr libre y limpia. Ojalá esto dure muchos años. Ojalá las gentes que gestionan la riqueza natural de estos lugares tengan en cuenta la grandísima importancia de preservar la calidad del agua y comprendan cómo hacer esto. Y ojalá este cuidado se mantenga durante generaciones.

Dicen los tabuyanos que hoy en día ya no hay agua como la de antes, porque no llueve tanto, y nieva la mitad (o la tercera parte). Sea como sea, aquí hay muchísima más agua que en otros lugares de España. Que me lo digan a mí, que he vivido un puñado de años en zonas de Cataluña castigadas no sólo por la sequía, sino por la contaminación y explotación de los acuíferos. Cuando has sufrido verano tras verano cortes de agua, o la desagradable experiencia de ver que el agua del grifo es imbebible (por el sabor y por el aspecto); cuando te has acostumbrado a caminar por paisajes resecos donde llaman “ríos” a cauces de agua marronácea y maloliente; cuando para encontrar algo que no sólo se llame río sino que se le parezca tienes que desplazarte muchos km arriba, cerca de su nacimiento…entonces, el agua libre y limpia que aquí se ve se valora de otra manera. Sorprende, de entrada, que sea posible disfrutar de ella así, sin más. Casi parece un milagro.

Pero no sólo se trata de beber agua sin mal sabor, o de poder regar con ella las huertas gracias a los regueros y las pequeñas presas construidas para este fin. El agua vale para mucho más. Sin ir más lejos, hace unas semanas disfruté del agua de una manera algo inusual. Hacía 3 días que había parido y me dolían los huesos de los pies terriblemente. No sé bien porqué. Era como si me hubiera reventado la planta de los pies a base de largas caminatas o de subir y bajar montañas peliagudas. Pero no, estuve todo el tiempo más bien tumbada, parada en casa. ¿Acaso durante el parto encorvé los pies o los retorcí sin darme cuenta y ahora me salía el cansancio por ahí? Ni idea. Sea como sea, el dolor en los huesos de los pies no se me pasaba ni con masajes y me impedía incluso dormir bien.

Entonces, de repente tuve una de esas ideas que a otro le pueden parecer locuras o extravagancias, pero que uno mismo intuye que son la solución a un problema. “Esto se me pasará metiendo los pies en el arroyo”. Me imaginé la sensación de ir a un reguero de esos que corren por aquí, y …¡sí…! ¡Eso tenía que ser!

Bien, si alguien ha probado alguna vez lo de meter los pies en un reguero de éstos, o en un arroyo, o por ejemplo en el río Duerna, tal vez se sonría diciendo: “Bueno, hacer eso puede curarte el dolor de pies, si es que no te mata del susto antes”. Y es que el agua, aquí, ¡está bien helada! Cuesta mucho aguantar el dolor que tanto frío produce en los pies, la verdad. Pero tal vez ahí estuviera la clave: espina con espina se saca, un dolor asusta a otro dolor. Total, que se me metió esa idea fija en la cabeza y empecé a insistir a Rubén: “Tengo que ir a meter los pies en el agua. Vámonos al reguero aquél…”

(Caminos de agua: un reguero y un sendero corriendo gemelos por Tabuyo, durante un atardecer de invierno)

Hacía frío aquellos días, pero el sol fue compasivo conmigo y al final salió durante un rato, calentando la tarde. Nos abrigamos, envolvimos al bebé en mantas y nos fuimos hasta un tramo de un reguero junto al cual muchas veces hemos tomado el sol. Es un lugar donde uno puede sentarse en un pequeño trocito de hierba y meter los pies en el agua, si es que se le ocurre eso. Porque yo, a los tabuyanos, no les he visto hacer semejante cosa. No al menos en los días de diario, así porque sí, por refrescarse o por reforzar la salud. Resulta que meter los pies en arroyos fríos es buenísimo para la circulación de las piernas, por ejemplo, pero aquí pasa como en tantos otros pueblos, que los remedios naturales se van ido olvidando y se eligen cada vez más los más sofisticados. Uno se gasta dinero en comprar cremas caras de farmacia para que las venas no se le hinchen en las piernas, en lugar de darse paseos diarios y terminarlos metiendo los pies en el arroyo…

Vamos, que no tengo nada contra las cremas, y sé que éstas ayudan, pero creo que es una pena que se olviden los remedios que más simples son y que más a mano tenemos. Sobretodo quienes vivimos en lugares como éste, que reúne tantas condiciones sanadoras en un solo paisaje. Una vez estuve en un balneario sofisticado donde uno podía hacer andando recorridos por aguas en diferentes temperaturas a la vez. Uno de los tramos consistía en regueros de agua helada, junto a trozos de nieve y hielo (artificiales). ¿Quién necesita eso aquí, si ya está “construído” de manera natural y gratuita, y lo tienes al lado de casa? Y encima, en un entorno incomparable, en medio de prados, flores, árboles…Pero parece que si no te presentan las cosas envueltas en una valla con carteles donde diga “lugar para curarse” y no lo encierran todo luego dentro de un enorme edificio súper moderno, no te das por enterado. Cosas del ser humano actual, oye, que parece que ande con orejeras por lo que siempre fue su casa, la naturaleza, así que no la ve bien…

Pero a lo que iba, que ya me fui por las ramas. Que nos fuimos para el reguerito los tres. Y que allí, ni corta ni perezosa, me descalcé, me arremangué los pantalones y me fui hacia el agua. Nada de sentarme en la hierba y meter un talón o el dedo gordo del pie, tímidamente, para ir luego probando con el resto del pie. Tenía ganas de notar el frío, de sentir las piedras bajo la planta de mis pies, de sentirme, en definitiva, bien viva en un lugar tan vivo, así que ¡hale, a caminar por el reguero a pie descalzo!

Y…¡aaahhh! ¡Qué sensación más potente! ¡Qué alivio! Me reí, feliz como una niña traviesa, ante la mirada interrogante de Rubén, y le quité las dudas: ¡Sí! ¡Esto me sienta de p. madre!
Luego sentí el dolor del frío, pero éste tardó más en aparecer que las otras veces que había mojado mis pies en las frías aguas que bajan del monte Sanguiñal y/o del Teleno. Salí del agua con los pies como nuevos, y me quedé descalza aún un rato, mientras éstos se secaban en la hierba, al aire libre.

Semanas más tarde, una médica puso el grito en el cielo al saber que no sólo yo no había parido en el hospital, sino que tampoco había ido corriendo a ingresarme allí, inmediatamente después... No quiso escuchar mis explicaciones, porque enseguida nos vio a los dos como a una pareja de irresponsables y medio dementes que no se habían cuidado de nada. Decía, disgustada: “Pero que esto suceda en pleno siglo XXI, con los adelantos que hay, ¡no puede ser!”. Intenté decir algo, como por ejemplo que la cosa no sucedió así por dejadez, sino bastante deliberadamente, que no éramos unos inconscientes que no supieran los posibles riesgos sino al contrario y que además, luego vino una enfermera a revisarnos a mi y al niño y nos encontró bien. Pero la médica ya no escuchaba, fija en el “no puede ser, no puede ser”.

Si hubiera escuchado, yo le hubiera hablado de otra clase de cuidados, de tratamientos alternativos, del movimiento que existe hoy en todo el mundo civilizado para volver a parir en casa (ver aquí), para parir la pareja en solitario (aquí) o incluso “peor”, ¡en medio de la naturaleza como Adán y Eva! (clic aquí). Pero sobretodo, de la ilusión que nos hacía querer recibir al niño de una manera diferente, en un entorno diferente. Pero ella repetía, como atascada en un programa mental: “No, no, eso no puede ser. Hay que hacer todas las cositas”. Se refería, claro, a pasar por todos los puntos que la medicina oficial y habitual establece como obligatorios, muchos de los cuales yo me había saltado o había hecho en un orden diferente y a mi manera...

Vi que al final, escandalizada y disgustada, la mujer anotaba en una hoja informativa para archivar: “Parto extramuros”. ¡Qué expresión más fea! Extramuros, como si hubiera parido en la calle o junto a la tapia de un convento, como una vagabunda cualquiera. Pero no, parí intra-muros, y en el lugar más acogedor que se me ocurre imaginar: mi casa, bien calentita por el calor de una estufa de leña que, esa noche, iba a toda máquina. Pero claro, partimos de visiones del mundo muy diferentes y finalmente ella sólo cumplía con su deber actuando según lo que mejor que sabía. Lo entiendo, aunque su perspectiva y la mía no tengan mucho que ver…

Y es que nosotros quisimos que lo primero que vieran los ojos de nuestro hijo no fueran las luces hirientes y feas de un quirófano, sino nuestros rostros, la luz anaranjada y amorosa del fuego, y (ya de día) los tonos cambiantes del limpio cielo tabuyano. Y quisimos tener la naturaleza salvaje bien cerca, lo más a mano posible, porque sabemos que ésta es más curativa que cualquier otra cosa (siempre y cuando no existan enfermedades graves que requieran operaciones y cosas así). Tuvimos suerte, sí, porque hay parejas que desean vivir esto así y al final no pueden hacerlo, pues el niño no viene en buena posición, o la madre o él tienen algún problema de salud. Por eso, hasta última hora no estuvimos seguros de si podría ser así…pero al final estábamos estupendamente, y por eso pudimos elegir, a Dios gracias, otra manera de traer al mundo a nuestro hijo.

Precisamente gracias a eso, los primeros pasos que di “extra muros”, unos días después, no fueron para cruzar semáforos y correr a meterme en un coche, sino para adentrarme en el bosque, salir hacia un reguero, y remojar mis doloridos pies en agua helada y pura en un entorno ideal: pajaritos cantando, manzanos floreciendo, cielo azul, sol bonito…Bien, se podría argumentar que lo mismo me habría valido meter los pies en una palangana llena de agua fría. Pero no, no es lo mismo, y lo digo porque antes de salir en busca del arroyo ya probé eso. Y no sienta igual el agua corriente y libre sobre las piedras, al aire libre, con toda la naturaleza silvestre alrededor, que sentarse en el cuarto en una sillita, mirando por la ventana mientras los pies descansan sobre plástico. Me quedé igual, vamos.

Bueno. Por si alguien quiere saberlo, el dolor de los huesos de los pies que me había torturado durante tres días y tres noches, se me esfumó y no ha regresado desde entonces. Vamos, como que el agua helada me entonó de golpe. A lo mejor es que el parto me dejó un poco pa´llá, y el remojón me quitó la tontería. es como lo que hacen los tabuyanos, que se quitan la resaca a golpe de chapuzones en el pilón de la fuente. Y ni me resfrié por salir de casa “tan pronto”, ni ninguna tontería por el estilo. Al contrario, volví sintiéndome muchísimo mejor que antes. O sea que la idea peregrina y medio loca de salir a caminar por el reguero funcionó. Si se lo llego a contar a la médica aquella, tal vez no hubiera llegado a escribir en sus hojas eso de “parto extramuros”, sino que hubiera dejado la hoja sin rellenar, porque antes le hubiera dado un pasmo, pensando: ¡Qué tía más loca, que recién parida se va a meter los pies en un reguero helado! ¡Y seguro que el cauce estaba sin desinfectar y hasta había microbios! ¡Ajj!

En fin, cada uno vive en el mundo como quiere vivir. A mí, que me quiten lo bailado, y de momento aquí me quedo, disfrutando del agua y de los múltiples usos (incluso curativos) que ésta ofrece, gratis, a quien sea capaz de valorarla.

Pero termino esta entrada con una cita de Estrabón, historiador romano, sobre los astures, porque a fin de cuentas estamos en su tierra y se supone que debiéramos heredar algo de su carácter. Esta cita la he recordado mucho en estos días porque, si es verdad eso que contaban de ellos, entonces nos hemos convertido en seres humanos de baratillo, en unos “flores de estufa” tiquismiquis, en unos blandurrios. ¿Meter los pies en el reguero, una recién parida? Vamos, hombre, ¡eso no es nada! Vean, vean sino lo que hacían aquellas aguerridas mujeres astures:
Sobre los norteños. (Las mujeres del norte de la Península) cultivan la tierra (…). Con frecuencia paren en plena labor, y lavan al recién nacido inclinándose sobre la corriente de un arroyo, envolviéndolo luego.”

¡No somos nadie…! Luego no me extraña que, de niños nacidos así, salieran los guerreros que trajeron de cabeza al ejército romano…Claro está, que eran los niños que sobrevivían.
...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

POR FAVOR MANDADME EL MAIL DEL PADRE DE RUBEN. Os paso un mensaje que os he enviado por diferenes formas y no sé si os ha llegado. El día 22 vamos para la zona y pasaremos, sin duda a veros, una vez que ya vemos vais cogiendo la dinámica del día a día con el gran Uriel. Podeis hacerme llegar el coreo electrónico a skaboobada@yahoo.es. GRACIAS MAJETES.

Hola Chica/o, lo primero daros la enhorabuena por haber traido al mundo una nueva criaturita que transformará con sus acciones la historia de este planeta. Lo segundo trasladaros mis mas sinceros respetos por la decisión de alumbrar a ese ser en casa, en tabuyo, tal y como se hacia hace 30años.
Por último decir que el trabajo del padre de Ruben me pareció muy interesante y "peculiar", quede en darle un título para que lo leyera, ya que es muy similar en cuanto a los planteamientos que el maneja. Como he perdido su mail os ruego se lo hagais llegar:
"Astures: Último bastión contra Roma", Autor: Ara Anton, Editorial: EDILESA.

Lo dicho, ¡A cuidarse!

Rafa, Castrillo.

Anónimo dijo...

Tienes una dedicatoria en este enlace. Me acodé de tí escribiendo mi artículo en www.fotolog.com/capitancelofan

Un besazo. Rafa Castrillo