domingo, 30 de agosto de 2009

La Espalda de La Virgen

(Un momento de la procesión, con el tamboritero Maxi a la cabeza)

Y ya que saqué el tema de las tradiciones religiosas, he aquí las inspiraciones que me produjo asistir a una procesión (fíjate tú), puesto que aquí, como en otros tantos pueblos, se siguen realizando procesiones en honor de los santos patronos. En este caso fue para la Virgen, en las fiestas de agosto...

Pocos pueblos pueden decir que su Virgen patrona lleva a parte de la tierra como tatuada en la espalda, en la parte baja de su manto azul. ¿Será esa tierra un símbolo de nuestra tierra, la tierra tabuyana? ¿Y por qué no…? Entonces, tal como las madres debajo de cuyas faldas se refugian los niños, la Virgen protege a esta Tierra, llevándola consigo.

Yo no sabía de esto hasta que, un día, en la procesión de las fiestas de agosto, pude ver a la imagen por detrás. Está recién restaurada, y por eso se aprecia perfectamente la pintura de un trozo de paisaje, con hierbas y un árbol parecido a un pino. Me sorprendió porque esto no es algo común en la imaginería religiosa. En realidad, la mayor parte de vírgenes de este estilo han sido vestidas y revestidas con mantos de tela bordada, con lo cual es difícil ver cómo son realmente las tallas. Pero incluso cuando se “desvisten” y las ves tal cual, no todas llevan una pintura de la tierra en su manto. Por lo menos yo nunca he visto una así.

Está bien que no la vistan, para que luzca así de bonita, tal cual es, sin aderezos, y para que se vea también lo mucho que debe querer a esta tierra, ya que la lleva consigo como quien lleva impresa en el manto una fotografía de algo querido. Tal vez el artista que la pintó se inventó la cosa porque sí, para adornar. O tal vez estuvo muy inspirado y quiso representar ahí, adrede, algo especial para este lugar, pues sintió que una presencia femenina poderosa amparaba bajo su manto a estas tierras. “Es La Virgen María, sin duda, pues sólo Ella es capaz de proteger así los lugares donde habita la gente” – debió de decirse a sí mismo.
(Aquí se ve mejor la pintura que hay en la espalda de la Virgen)

Sea como sea, La Piedad parece decir a todos los Tabuyanos:
No sólo tengo piedad de mi hijo, sino de todos vosotros, y por eso no sólo velo por los seres humanos sino que también cuido la tierra que pisáis. Pues, en cierto sentido, como nací de carne y hueso y fui Hija de la Tierra, humilde y de pueblo, yo también soy La Tierra. Mis manos se estropearon por el trabajo y mi piel se puso morena, como la vuestra. Sé lo que es nacer en la Tierra y vivir en la Tierra. Sé los trabajos que cuesta, pero también se las alegrías y satisfacciones que puede dar.
Disfrutad de la Tierra, hijos míos, pero también cuidadla, porque si no, por mucho que Yo o mi Hijo os protejamos, no podremos evitar que sucedan daños aquí. No, si el mal lo hacéis vosotros mismos. Rezar está bien, pero además hay que actuar en consecuencia. Está muy bien pedir para que el campo esté bien, y para que la vida aquí salga adelante, pero además hay que cuidar de este lugar. Cuidad la tierra, amadla. Cuidad el bosque, el agua…
Una vez mi Hijo dijo: “Pedid y se os dará”. Ahora yo os digo: Pedidme, si lo deseais, que sea vuestra maestra en el cuidado de la Tierra, porque la amo y la cuido para que todos vosotros, mis hijos, estéis a gusto en ella. Conozco bien la tierra, conozco bien a esta tierra, y deseo lo mejor para todos vosotros, lo cual significa que deseo lo mejor para ella. Y es que en un lugar donde la tierra se enferma, o está mal, los seres humanos tampoco pueden vivir bien…”

Que me perdonen los más ortodoxos por este atrevimiento, poniendo palabras a la patrona de este lugar, pero esta clase de cosas son típicas de los que, como yo, pasamos mucho tiempo escribiendo (tal vez demasiado, je). Los escritores somos así, abrimos el corazón, escuchamos con él a todo cuanto nos llaman la atención o nos emociona, como es el caso de esta Virgen, y surgen estas expresiones. A veces hasta son cantos, poesías, en fin.
Como esto:

La Tierra de Tabuyo se levanta
de su olvido, de su caída,
de su pesadumbre.

Nadie lo ha visto aún,
nadie sabe que es porque
La Virgen de la Piedad
protege todo esto
llevándolo en su manto.
Por lo tanto ¡está consagrado!

La Virgen tiene el rostro claro
de tanto mirar al Dios
que es bondad,
aunque también lo tiene cansado
por haber superado mucho dolor.

Ojalá los Tabuyanos
que se consideran sus hijos
(o por lo menos ahijados)
entiendan que han de parecerse a su Madre
y, como Ella,
miren alrededor
y amen todo esto
de un modo nuevo.

La Tierra de Tabuyo se levanta
como el sol sale tras la noche.
Parecía que fuera a durar mucho
la oscuridad,
¡pero a lo mejor no es tanto!

En el manto de la Virgen
esta tierra aún está muy “abajo”,
pero el simple hecho
de que ahí esté pintada
es un signo de esperanza.

Se puede.
Lo Nuevo puede llegar.
La prosperidad puede de nuevo reinar
para todos los Hijos de la Tierra
siempre y cuando la respeten,
como hizo Ella,
como hace Ella.

Y la llaman Piedad.
Pero, ¿quién sabe, en verdad,
lo que es tener piedad?

¿Es compasión?
¿Es lástima o pena?
No. Es otra cosa.

Piedad es sentir lo sagrado, (*)
piedad es saber que eso que amas es santo.
Piedad es ser santos,
y ser santos es amar.

Piedad por la Tierra es amarla,
Piedad por los hijos, igual.
Así que…¡no es tan difícil!

Tal vez un día me vaya,
tal vez un día te vayas tú,
o se vaya otro.
Todos venimos, todos pasamos,
ninguno duramos para siempre.

Por eso, ninguno podemos cuidar
nada eternamente
ni permanecer atentos,
vigilando a lo querido,
por los siglos de los siglos.

Ella, en cambio, sí puede.
Por eso, además,
Ella es la más sabia,
la que conoce a todos,
toditos y retoditos
los que nacieron y vivieron aquí,
y a los que nacen y viven,
y a los que nacerán y vivirán.

Nuestro tiempo es fugaz,
nuestra vida es corta,
hagamos lo mejor aquí y ahora.

Luego, releguemos las cosas.
Sepamos desprendernos
de toda preocupación.
La Piedad sigue viva,
la Madre de la Tierra, Santa,
sigue velando aquí
por todos.

Sus ojos no se cansan,
sus manos no se fatigan,
porque su corazón sigue siendo de oro,
lo cual significa que es
corazón de amor eterno y sin dudas,
ni manchas, ni fisuras
para todos, todos, todos
sus hijos.

Pero también…para la Tierra
Amén.




(*) Piedad viene de la palabra latina pío, que significa santo. Un acto de piedad, pues, es un acto propio de la santidad.

viernes, 28 de agosto de 2009

La Tradición del Ramo

(Grupo de chicas vestidas con trajes tradicionales, frente a la iglesia mayor, el día de la entrega del ramo. Esto se hizo para agradecer la curación de Maruja (en el centro). La foto, cortesía de la familia Argüello, es del año 1966)

Hablando con Isabel (de Casa del Herrero) me enteré de que aquí, hasta hace un tiempo, aún se vivía la tradición del ramo. Yo no sabía muy bien en qué consistía esto, aunque había oído hablar por encima de Los Ramos, una tradición maragata, a raíz de una exposición que hicieron sobre ellos en el Val de san Lorenzo en diciembre pasado.

Así que le pregunté a Isabel, y me contó que cuando alguien quería dar las gracias por algo, ofrecía un ramo. Un ramo es un conjunto de velas engalanadas con cintas y flores que se entregan en la iglesia mientras se cantan una serie de estrofas. En la foto que preside esta entrada se puede apreciar cómo las velas van sostenidas en un soporte que les da, efectivamente, la forma de un ramo.

Esto, de por sí, ya me parecía algo bonito, pues aunque probablemente muy pocos piensen o sepan su significado, una ofrenda de flores y velas es un símbolo de querer dar a Dios, o a La Vida, las cosas más preciosas que alguien puede dar: el acto de florecer y el acto de lucir, brillar o dar luz. Las flores son bellas en si mismas, pero también son la riqueza y fecundidad personificadas. Sin flores, sencillamente la vida en el campo se terminaría, porque son las flores las que luego dan fruto, que a su vez da comida pero también semillas, gracias a lo cual la vida sigue adelante. Por lo tanto, dar flores a Dios es un símbolo de que uno acepta en si mismo florecer, o sea, abrirse de manera hermosa para dar frutos futuros, o a colaborar en que la vida continúe y siga adelante para el bien de todos.

Sí, puede que nadie lo haya pensado así, pero ¿para qué querría Dios las flores, si ya lo es todo y lo tiene todo? Si Dios es Dios, no necesita un ramo de flores. Aunque sea un gesto bonito, lo que realmente ha de querer Dios es que las personas florezcan y ayuden con ello a que la vida sea buena y bonita no sólo para sí mismos, sino también para los demás. Las flores se abren cada primavera sin que nadie les diga nada, sin quejarse, sin tacañería y sin refunfuñar, cumpliendo con su objetivo. Pero ¿y los humanos? Tal vez la gente no florezca tanto, tal vez hayan olvidado lo que es eso, o tal vez estén esperando que alguien les pague de algún modo antes de hacer un solo gesto de apertura, de donación. ¡La Naturaleza es infinitamente más generosa que nosotros! Al ser humano, todo le parece poco…y demasiado a menudo, dar sin recibir algo a cambio le cuesta demasiado.

Entonces, entregar un ramo conecta a las personas que lo hacen con la generosidad natural de la naturaleza. Y aunque seguramente quien realiza esta ofrenda no se da cuenta del significado de lo que hace, en el fondo del fondo de su ser lo entiende, porque participar de un acto bello y generoso significa aceptar que la belleza y la generosidad formen parte importante de la vida de uno. ¡Por lo menos de vez en cuando! Que no es tanto pedir…

En cuanto a las velas, su significado es parecido al de la flor, pero referido a la capacidad humana de “brillar” o dar luz alrededor, especialmente cuando ésta más se necesita, o sea cuando hay oscuridad. En ciertos momentos personales, o familiares, o incluso colectivos, las cosas se ponen feas y parece que todo se ve muy “negro”. Entonces, entregar velas a Dios en una ceremonia, simboliza que de algún modo uno acepta dar luz. Esto significa, por ejemplo, actuar como una luz que ayude a los que pasan por momentos negros u oscuros, para que no se desanimen o sencillamente para que vean que la vida no se termina por un mal trago, que tan sólo hay nubes o es de noche, pero que la realidad es mucho más grande que lo poquito que uno es capaz de ver cuando lo está pasando mal.

Y es que quien sufre generalmente lo hace porque no es capaz de ver más allá de su propia tragedia personal. Le duele tanto lo que le pasa, que parece que eso lo ocupa todo y que no hay nada más en la vida, ni en el mundo, ni en la historia, que eso. Entonces, claro, se hunde. Hacer de “vela” significa ayudar a los demás haciéndoles ver que en los rincones oscuros no hay monstruos, como creen los niños pequeñitos, sino simplemente otras partes de la casa, o del monte, que uno no puede ver ahora porque es de noche, y punto. O significa recordarles que no todo es dolor en esta vida, que también hay muchas otras realidades agradables y hermosas, lo que pasa es que cuando las cosas van mal parece que lo demás nunca existió, y nunca más va a poder ser otra vez.

Así que todo esto es suficiente como para hacer de la entrega del Ramo una tradición con un significado profundo y hermoso, independientemente de en qué crea uno, o de si es católico y de misa o no. Se trata de ser buena persona y de manifestar una intención de buena convivencia, sea uno del partido político que sea, o de la religión que sea.

Pero cuando me enteré de que el ramo se ofrecía para dar las gracias por algún favor recibido, y que esto a veces se preparaba antes de que eso sucediera, me quedé pasmada. ¡Vaya, esta tradición es entonces aún mejor de lo que pensaba! Porque no sólo está ligada a la entrega y la generosidad, sino que está ligada al acto de dar gracias y a la asombrosa confianza en que las cosas van a ir bien, pase lo que pase. ¡Cuánta fe!

Manifestar el agradecimiento es una buena medicina para casi cualquier cosa, porque, cuando uno se pone a dar las gracias, automáticamente se da cuenta de que siempre hay mucho por lo que estar contento, o por lo menos agradecido. El simple hecho de estar vivos o de tener la oportunidad de experimentar tantas cosas donde sea que estemos ya merece que se den las gracias por ello. Cuando uno da las gracias, está eligiendo la alegría frente a la amargura, el reconocimiento frente al rencor, la serenidad frente al conflicto. Por eso, como uno elige todas estas cosas frente a las otras, el corazón se le llena de ellas. Así, aunque sea por un rato, parece como si salieran expulsados por la puerta trasera todos esos sentimientos frustrantes y agobiantes que padece quien siempre está enfadado con la vida, con el mundo, con el vecino o hasta consigo mismo.

Pero hacer un canto para dar las gracias por algo que aún no ha sucedido, esperando que suceda…¡vaya, realmente es algo sorprendente! Significa tener mucha fe y mucha confianza. Supongo que estas dos actitudes son el ingrediente fundamental de cualquier curación, y esto explica que sucediera la historia que Isabel me contó junto con la fotografía que ilustra esta entrada. Y es que me dijo que una niña del pueblo, Maruja, enfermó de meningitis de manera fulminante. Parecía que se iba a morir, y la verdad es que el pronóstico médico no era bueno. Si aún hoy, con todos los medicamentos que hay, la meningitis puede ser mortal, en aquellos tiempos era peor. Entonces, se hizo un Ramo para ofrecérselo al Cristo si la curación se producía. El resultado fue que, contra todo pronóstico, Maruja se curó…y aún hoy puede agradecer el estar viva, pues goza de buena salud y sigue con nosotros. Curiosamente, la que pudo haber muerto por una enfermedad, luego se hizo médica y se dedica a atender a los demás.

Isabel conservaba el largo canto que se compuso para aquella ocasión, y me lo enseñó. Le pedí una copia, pues como me gustó tanto la historia y aprendí de ella, he querido transcribirlo aquí para dar testimonio de ciertas buenas costumbres o tradiciones tabuyanas…que por alguna razón se perdieron.
Ahí va:

Ante la Sagrada Inmaculada
de Cristo con alegría
te saludamos Señor
este conjunto de chicas.

Para cantar este Ramo
ante tu Trono Divino
y así darte las gracias
por un favor recibido.

¡Oh! Cristo de los milagros,
tesorero de salud,
pues los imposibles
sólo los concedes Tú.

Nunca dejaste de oirnos
cuando favor te imploramos,
Santo Cristo Tú eres siempre
Guardián de tu pueblo amado.

Y aquí termina el saludo,
empezamos con la ofrenda
la familia agradecida
presente hoy en tu fiesta.

Maruja Gómez Argüello
de siete años de edad
cayó enferma en su cama
de terrible enfermedad.

Con la feroz meningitis,
en su lecho de agonía,
esta terrible dolencia
acababa con su vida.

Sus padres, llenos de pena,
hasta el doctor la llevaron,
buscando para su hija
el remedio deseado.

Ya en presencia del doctor
malos anuncios les da,
pues el caso de su hija
es de extrema gravedad.

La ponen en la camilla,
la niña no se movía,
sus padres están mirando
cómo se le va la vida.

El doctor les preguntaba
cuánto tiempo lleva enferma,
los padres dicen: “Un día”,
y él no lo creía.

Pero, ¿es posible, Señor,
que en un día se haya puesto
la niña de esta manera,
que no tendrá salvación?

Sus padres ya no sabían
lo que hacer en este caso
y al Cristo de los milagros
ofrecieron este ramo.

Cuando llegaron a casa
con esta triste noticia,
todo era pena y dolor
en esta alegre familia.

Sus padres, muy afligidos,
con honda pena y dolor
a su hijita encomendaron
a tu amado corazón.

Y los señores maestros
también (por) la niña ofrecieron
misas y comuniones
y así salvarla pudieron.

Y Tú, como eres tan bueno,
con quien a Ti se confía,
devolviste la salud
a su adorada hijita.

Hoy esta alegre familia
se halla feliz y contenta,
ante tu Trono Divino
te obsequia con esta cera.

Todo el pueblo nos reunimos
también a darte las gracias,
Tú protégenos, Señor,
con esa dulce mirada.

Una cosa te pedimos
pueblo, autoridad y clero,
que en la última hora
nos acojas en tu seno.

A todos los sacerdotes
salud el Señor les dé
para que por muchos años
les volvamos aquí a ver.

Salud a los forasteros
que este ramo acompañaron,
que El Señor haga que todos
en el Cielo nos veamos.

Y por el joven del ramo
que a traerlo se brindó
le protejas en la vida
te pedimos con fervor.




Pues eso es todo por hoy, que no es poco. Hasta la próxima ;-)

sábado, 22 de agosto de 2009

La Cenicienta al Revés (Relatillo con rollo pa´ pensar)

(O por qué muchas chicas jóvenes no quieren vivir en los pueblos…Aviso: es largo)


(Las flores más pequeñas del campo, unas de las protagonistas de este relato. Aquí, unas diminutas campanillas que sólo es posible ver si uno se agacha mucho y rebusca entre las hierbas de las riberas de los regueros y otros lugares húmedos)

Andaba el otro día fotografiando las flores más minúsculas que uno puede encontrarse en estos parajes, si es que se fija en lo pequeñín, cuando acudió a mi mente una antigua historia, que cuento a continuación, y que detonó en mí una serie de ideas y comprensiones en cadena.

Las flores pequeñas siempre me han gustado, porque son como tesoros preciosos que pasan desapercibidos hasta que te agachas, te fijas, y te pasmas. Pero hubo un tiempo en que yo olvidé esto, olvidé la fuerza y la riqueza ocultas de lo humilde y pequeño. Vivía en una gran ciudad, y aunque la nostalgia por las flores silvestres me hacía tener la ventana mi cuarto abarrotada de plantas de floristería, en realidad estaba muy separada de la naturaleza.

En aquellos días, hará unos 7 años, vivía yo medio asfixiada en la ciudad. Soñaba con una vida diferente, en la que el sueldo de los trabajos basura en los que andaba ocupada no se me fundiera en las cosas que exige vivir en la ciudad, sin que me llegara el dinero para poder, verdaderamente, disfrutar de la vida. Añoraba el campo y fantaseaba con marcharme algún dia a algún pueblo pequeño y tranquilo, pero no tenía ni la más remota idea de cómo hacer eso. Siempre pensaba: “¿Y de qué voy a vivir?”, sin darme cuenta de que, aunque en la ciudad en teoría hay más puestos de trabajo, tampoco hay muchos trabajos “buenos”, y los contratos basura y los horarios abusivos no eran la clase de vida que yo quería para mí. Entonces, retrasaba indefinidamente mis planes para empezar una nueva vida en el campo, diciéndome a mí misma que primero trabajaría duro unos cuantos años, ahorraría, y cuando tuviera lo suficiente para comprarme una casa y montarme un negocio, buscaría un bonito lugar y hale, a empezar de cero. Con un poco de suerte, tal vez a los 45…o a los 50 años…podría marcharme y empezar a vivir lo bueno. Mientras tanto, un poco de sacrificio, a esperar y a planear.

En realidad, todos estos pensamientos tan razonables no valían una mierda, hablando en plata. Porque aunque ese plan parecía muy sensato, no tenía en cuenta lo muy hecha polvo que me dejaba la clase de vida que llevaba, y lo muy hundida que me sentía por trabajar en cosas “sin alma”, por vivir metida en cajas de cemento, corriendo entre coches y humos, obligada a gastar en cosas que en un pueblo no serían necesarias, etc. Es lo que pasa cuando uno planea las cosas sólo con la cabeza, sin tener en cuenta lo que dice el cuerpo (sobretodo cuando se va poniendo malo y se niega a vivir más de lo mismo) ni el corazón (que puede llegar a deprimirse o a hundirse en la miseria).

Total, que cuando tenía algo de dinero ahorrado, incapaz de negarme a mi misma un poco de respiro y de naturaleza, me iba de vacaciones al campo…de viaje a alguna parte…o a hacer el Camino de Santiago…Y así me gastaba lo poco que había conseguido acumular. Por otra parte, la misma inversión que realicé alguna vez para intentar “proyectos” que luego no resultaban nada rentables, se llevaba de nuevo el dinero, y vuelta a empezar. Total, cada vez aguantaba menos la vida en la ciudad, pasaban los años y mi famoso “plan” iba haciendo aguas por todas partes, aunque yo, incapaz de pensar de otra manera, me agarraba a él, esperando que un día las cosas fluyeran mejor y pudiera marcharme.

El caso es que cuando uno no vale para algo, no vale, y punto. Por más que uno se esfuerce, no va a triunfar en una clase de vida si todo su ser se niega o resiste a ello. Me fui poniendo enferma de esto o aquello: que si vértigos, que si neuralgias del nervio trigémino, que si dolores súbitos de espalda que me dejaban clavada, que si ay aquí, ay allá…Luego iba al médico y no me encontraban gran cosa, ni sabían cómo explicar mi deterioro. Un osteópata, después de reajustarme una vértebra y salvarme de los vértigos por segunda vez, me advirtió: “La verdad es que eres muy joven para estar padeciendo esto. Tal vez deberías revisar cómo vives”.

En fin, que a mí lo que me pasaba es que psicológicamente estaba al límite, no era feliz y punto. Pero claro, ¿cómo se arregla eso? A veces uno se ve en un callejón sin salida, porque aunque reconozca que tiene un problema, no sabe cómo salir de él. Y de los psicólogos no me fiaba, porque conocía casos de gente que iba, e iba, e iba…y no mejoraban gran cosa. Acababan todos empastillados, y yo no quería eso. Con el tiempo, empecé a estar casi siempre “espesa” mentalmente, sin inspiración, aturdida, agobiada e irritada como un animal enjaulado, mientras mi cuerpo me dolía aquí o allá. Y a pesar de todo, yo, esforzadísima en salir adelante como fuera, aún intentaba adaptarme más aún a la ciudad y ser más moderna que nadie, haciendo todas las cosas que se supone que uno debe hacer para triunfar en ciertos ambientes. Estaba bien ciega, ay de mí, pero tan ciega que ni me daba cuenta de que no veía. Y fue entonces, en lo más negro, que vinieron las hadas a hacerme ver lo que nadie más parecía ver.

Sí, las hadas. Porque esto es un cuento de hadas, lo aviso: la entrada o capítulo de hoy es un cuento, una de esas otras historias que, si algún día llego a vieja revieja y soy abuela, espero contar a mis nietos…eso sí, adornada y exagerada, para impresionarles más y que se queden boquiabiertos, je, je.

Pero decían que aparecieron las hadas, y vamos a ello. Se dice, se cree, que las hadas vienen a hacerle ver a uno visiones, imaginaciones locas, y que después esa persona ya no vale para nada más, porque se quedó como hechizado. De otras, se cuenta que vienen a seducirlo y conducirlo a un extraño mundo del cual no podrá salir, porque se encaprichan de los seres humanos y los roban para jugar con ellos. Pues bien, puede que de esas, haberlas haylas, pero se me ocurre que igual pasa como con los ángeles. Del mismo modo que hay ángeles buenos y ángeles malos, de esos que llaman “ángeles caídos”, tal vez haya hadas buenas y hadas malas, o “hadas caídas”. Y a mi me ayudaron, obviamente, las hadas que ayudan, las que enseñan a ver lo real y lo práctico en lugar de las fantasías inútiles, las que te muestran un camino para salvarte y salir de tu atasco, en lugar de mostrarte sendas hacia la perdición, las que en lugar de raptarte te ponen de vuelta en tu mundo mejor de lo que estabas, etc.

Pues bien, eran unos asfixiantes días de agosto. Mi vida, anímicamente, era más un sobrevivir que otra cosa, porque además detestaba los veranos en Barcelona, con ese calor que me ahogaba, volviendo a casa con la piel húmeda y el pelo pegado en la frente, con las narices llenas de porquería gris de la contaminación, pasando las noches sin casi poder dormir porque hasta el colchón parecía estar hirviendo y ni de madrugada corría algo de brisa fresca. Entonces, una noche tuve un sueño. En él, sucedía alguna clase de crisis gorda en la ciudad. Tanto, que un grupito de personas, en el cual estaba yo, decidíamos huir a todo correr para escapar del desastre que se cernía sobre la ciudad. Y era tanta la prisa que teníamos, tanta la sensación de urgencia, de peligro, que salíamos campo a través con lo puesto, sin ni siquiera unas maletas, ni un bolso, y andando.

Andábamos y andábamos y llegábamos por fin a espacios naturales alejados de la ciudad, pero aún teníamos la sensación de que debíamos alejarnos más. Nos encontrábamos en un camino de tierra que se adentraba en un desfiladero rocoso, cuando delante nuestro un grupo de niñas como de unos 7 u 8 años cruzaron el camino. Eran niñas un poco raras, la verdad, porque iban todas vestidas igual, con un vestidito de rayas azules y blancas de tirantes, con frunces en el pecho, que me recordaba mucho a uno que tuve cuando yo era pequeña…Pero lo más raro era que parecían salir de las rocas de la derecha, cruzaban el camino y entonces ¡flops!, como por arte de magia desaparecían dentro de las rocas de la izquierda. Iban totalmente absortas en lo suyo, sin prestarnos la más mínima atención, como si no existiéramos, y me dio por pensar que tal vez esas niñas no eran eso, en realidad, sino alguna otra cosa…

De repente una de ellas se detuvo, se giró y, saliéndose de la extraña comitiva, vino hacia mí. Me miró, miró a mis pies, y dijo con una sonrisa burlona y casi maliciosa:
- ¡Con esos zapatos que llevas, no vas a llegar a ninguna parte! Ji, ji, ji, ¡qué tonta!

Me sentí irritada. No me había dado cuenta hasta entonces de que llevaba puestos unos de mis zapatos de tacón más alto, de esos que una sólo es capaz de aguantar un rato, y para una fiesta de esas de "quedar bien". Realmente era ridículo tratar de huir monte a través con eso en los pies. Pero tuve la certeza en ese momento que me encontraba frente a un hada, y eso que yo no creía en ellas hasta entonces. ¿Y no se suponía que las hadas podían ayudarle a uno…? ¿Qué hacía esa, riéndose en mis narices?

Evidentemente, yo era muy vanidosa al pensar así, porque nadie tiene la obligación de ayudar a nadie, ni siquiera las hadas. Pero ¡qué le vamos a hacer, yo era como era! Así que con gran atrevimiento y una seguridad en mí misma que ni siquiera sabía que tenía, me encaré con la niña burlona, y le dije:
- ¡Pues tú, si fueras realmente un hada, me ayudarías, en lugar de reirte de mí!

Extrañamente, la niña-hada no se enfadó. En lugar de eso, de repente cambió todo. Me encontré adentrándome por una especie de cueva que se abría en las raíces de un árbol. Me guiaba el hada, pues aquel era su mundo. Descendimos a través de increíbles escaleras retorcidas junto a raíces de árboles, excavadas en la tierra, hasta que llegamos a una especie de galerías subterráneas enormes. Había luz, a pesar de estar en el interior de la tierra, y el escenario me parecía fantástico, alucinante, digno de una película de ciencia ficción. Allí vivían otras hadas, y me sorprendió comprobar que la mayoría eran viejíiisimas y arrugadas. Algo me decía que tenían miles de años, y me quedé asombrada. Eran silenciosas, no hablaban, pero sus ojos reflejaban una sabiduría sin fin.

Yo no solamente no había creído en las hadas hasta entonces, sino que la única imagen que tenía de ellas era la típica de los cuentos para niños: seres minúsculos con alitas de colores, etc. Pero esto era otra cosa. ¡Nunca había imaginado hadas ancianas! Tampoco nunca había imaginado que estar en su presencia me pudiera a emocionar tanto. Porque yo sentía que sabían mucho, pero no sólo era eso. Es que además estaban llenas de amor hacia todas las cosas. Su silencio me impresionaba, pero ¡es que su sola presencia ya me comunicaba muchas cosas…! Tantas, que casi no hacía falta que hablaran.

Me quedé muda, impresionada, boquiabierta y alucinando, como dicen que se queda uno ante un santo iluminado o ante una visión celestial. Recuerdo especialmente el impacto que sentí al ver las manos de una de aquellas hadas. En las yemas de sus dedos brotaban capullos de rosa blanca. Eran como de luz. Supe que cada cosa que tocaba aquella hada quedaba bendecida, transformada, curada. Esas rosas de luz blanca saliendo de sus dedos eran sanadoras porque irradiaban amor puro, delicadeza, dulzura. Era tan bonito ver eso, e irradiaba tanta bondad, que me puse a llorar como una tonta. Snif, snif, ¿de verdad existían seres así de buenos?

Entonces, una de las hadas me regaló un minúsculo librito blanco. Aquel objeto era increíble, porque de sus tapas, forradas como de seda luminosa, brotaban diminutas flores vivas. Desde lejos, parecía un librito de esos que se regalaba antes a las niñas por su Primera Comunión, pero al acercarte veías que no tenía nada que ver. No estaba hecho de papel ni de material “muerto”, ¡sino vivo! Irradiaba luz irisada por todas las esquinas, era increíble. Saliendo de su tapa, reconocí a algunas de las flores silvestres más pequeñas que había visto en el campo. Casi daba miedo abrir el libro, porque si sus tapas ya eran así…¡qué no iba a haber dentro de él! A lo mejor no podía soportar tanta belleza, tanta sabiduría, ¡uf!, porque, sin palabras, el hada que me lo entregaba me decía que era un libro que enseñaba cosas sobre las flores pequeñas y sus extraordinarias y desconocidas virtudes.

Me sentí indigna de semejante regalo. No entendía por qué me daban eso que parecía tan valioso, si yo no era más que una joven tonta y perdida en la ciudad, que ni siquiera entendía qué cosa era un hada. Pero, siempre en silencio, aquella arrugada ancianita de ojos bondadosos insistía en dármelo. Llorando de emoción como una niña pequeña, al final acepté el librito, que cabía dentro de la palma de mi mano, de tan pequeño que era, y lo estreché en mi corazón. Nunca pude imaginar que se pudiera tener en las manos algo tan precioso, tan mágico, tan…

Bueno, por esas cosas que suceden en los sueños, de repente ¡flops!, otro cambio repentino. Me encontré fuera del mundo de las hadas. Ahora estaba sola, otra vez en el camino de tierra de aquel desfiladero rocoso. Ya no había hadas por ninguna parte, ni tampoco veía el librito blanco. Sin embargo, me sentía cambiada por dentro, diferente, mejor. Más fuerte y menos ignorante, como si hubiera entendido algo que todavía no sabía expresar, ni sabía qué era exactamente. Asumí que acababa de vivir algo extraordinario que tal vez nunca podría entender, pero que me había ayudado de algún modo, porque me sentía estupendamente.

Me puse a andar para continuar mi camino y entonces fue cuando noté algo diferente en mis pies. Miré hacia abajo y vi que, en lugar de llevar los sofisticados zapatos de tacón de antes, llevaba puestas unas comodísmas botas de caminar hechas de piel marrón. Entonces, me vino a la mente la cara del hada del principio, con su sonrisa burlona. Me guiñaba un ojo, y comprendí que aquellas botas eran su regalo. Era su manera de decirme: " ¿Ves? También puedo ayudarte. Te llevarás estas botas de regalo y con ellas sí llegarás lejos, porque son el calzado adecuado para ir al campo, que es donde deseas ir.”

Me desperté en ese momento, pero la sensación de haber recibido unas botas fantásticas era tan fuerte que miré hacia el suelo, junto a mi cama, por si debido a una especie de milagro estaban ahí. Pero no, claro. El recuerdo del sueño era tan vívido e intenso que se me hacía difícil volver a la vida de siempre, como si de verdad hubiera estado en el mundo de las hadas y como si de verdad me encontrara huyendo de la ciudad, monte a través, calzada con botas mágicas y con un maravilloso librito de flores vivas guardado en mi corazón. Luego, la vida de cada día me esperaba, imperturbable, y tuve que dejar atrás el sueño como una fantasía bonita que al final no era más que eso, un sueño.

Y pasó el tiempo. Corrieron los días, los meses y los años. Mi vida seguía más o menos igual, pero a veces volvía a acordarme de las hadas, del librito de las flores pequeñas y de aquellas botas cómodas de piel marrón. Fui entendiendo que aquel sueño tenía un mensaje, una enseñanza para mí. No podría marcharme nunca de la ciudad si, primero, no renunciaba a todas esas cosas sofisticadas a las que me aferraba. Tenía que cambiar. Debía volverme más simple, más sencilla, más humilde y sobretodo, más práctica. Los zapatos de tacón son bellos objetos de deseo para mucha gente, pero estaba comprendiendo que simbolizaban una clase de vida separada de la naturaleza, artificial, llena de trampas. Tenía razón el hada: no podía ir muy lejos con ese calzado, no si deseaba volver a la naturaleza, porque el campo no está hecho para esos artefactos incómodos. ¡Ni siquiera se puede sentir bien la tierra con ellos! El zapato de tacón simboliza lo contrario de ser natural, y el sueño me indicaba que, mientras yo no me volviera natural, no podría volver a la naturaleza, valga la redundancia. Lo que no puede ser, no puede ser. Uno no puede regresar al seno de la Madre Naturaleza intentando seguir con lo artificial como si nada. Eso vale sólo para domingueros, para usuarios del monte de fin de semana, pero no para quien de verdad desea irse a vivir al campo, definitivamente y sin discusión.

Pasaron los años y un día vi en una tienda (¡gracias, Camper!) unas botas casi igualitas a las del sueño. Había buscado unas iguales o parecidas muchas veces en los escaparates, pero hasta entonces los modelos llevaban tacón casi todos, o eran demasiado rígidos y no tenían nada que ver con aquellas botas fantásticas. Pero un otoño, de repente ¡ahí estaban las botas mágicas…! Ilusionada por lo que consideré una señal del destino, y aunque resultaban caras para mi pobre economía, me las compré. Tal vez si las llevaba puestas al máximo, imitando al sueño, se me arreglarían las cosas y podría marcharme pronto de la ciudad. Como una niña, esperé que el acto mágico de copiar lo que uno ha soñado diera los mismos resultados en la vida real.

¿Fue casualidad o simple coincidencia que al cabo de pocos meses uno de mis mejores amigos decidió irse a vivir a un pueblo? Y resulta que aceptaba convivir con otras personas y compartir gastos en su casa, ya que iniciar una nueva vida lejos de la ciudad (él huía de Madrid) empezando todo de cero no es fácil. ¡Esa era la oportunidad que estaba esperando! Y es que entendí en ese momento que, si continuaba aferrada a mi plan de “primero ahorrar, luego invertir, y cuando funcione todo, marcharme”, nunca me iría de Barcelona, o lo haría demasiado vieja, gruñona y enferma como para disfrutarlo. En cambio, si hacía como en aquel lejano sueño, marcharme con lo puesto y al instante, sin pensarlo tanto, podría hacer realidad de inmediato aquel cambio de vida que tanto deseaba. Tiempo habría de buscar cualquier trabajo allá adonde fuera. Ya no me importaba perder categoría o tener que trabajar de lo que fuera, porque ya no era una señoritinga con anillos que sueña con palacios, sino una persona que se da cuenta de que a veces la vida sencilla y humilde es la mejor. Cuando uno quiere sofisticarse demasiado, demasiado a menudo se esclaviza de una manera que puede resultar asfixiante. Pero, eso sí, ¡me marcharía de Barcelona con las botas puestas!

Y así fue, y hasta hoy. Aún me duran aquellas botas, aunque las pobres ya están bastante gastadas. Cada invierno, cuando me las pongo, me acuerdo de las hadas y de cómo salí de la ciudad siguiendo su consejo, es decir, sin tacones y con lo puesto.
(Otras flores diminutas. Estas crecen en medio de los regueros, donde corre el agua)

Todo esto lo recordaba hace pocos días, mientras fotografiaba las flores pequeñas que nacen, casi totalmente ocultas por otras hierbas, junto a un arroyo. Rememoré aquel sueño, aquel maravilloso y misterioso librito del que brotaban humildes florecillas anónimas, y me sentí feliz porque ahora vivía en la naturaleza. Ya no necesitaba comprar plantas, ni tampoco abrir ningún libro para verlas. Estaban ahí, a mi lado, en cualquier rincón del lugar donde vivo. ¿Y los zapatos de tacón…? Más que olvidados, formaban parte de un pasado que me parecía, ahora, la vida de alguna otra persona que no tiene nada que ver conmigo. ¡Y qué feliz me sentí en ese momento, en el arroyo junto a las flores! Me dije: “¡Ah…es como si mi vida fuera un cuento de hadas!”

Pero claro, la gente no tiene esa idea de los cuentos de hadas, porque se imaginan…¿qué? Pues que ellas te dan riquezas, montones de oro, de plata, de joyas, de lujosos vestidos y palacios, y…¡Oh, oh! De repente comprendí que mi vida era como el cuento de La Cenicienta, pero al revés. Mi vida es un anti-cuento de hadas, porque, después de mi “encuentro” con las hadas, en lugar de enriquecerme monetariamente, me he empobrecido. En lugar de acabar vestida con trajes de seda y bordados, ando con ropa de mercadillo. En lugar de calzar imposibles (y seguramente incomodísimos) zapatitos de cristal, calzo botas de monte o sandalias planas y deportivas. En lugar de viajar en carroza (o en su equivalente, un cochazo último modelo), ando a pie o en coche de línea, como los más simples entre los simples. En lugar de haberme casado con un príncipe con palacio inclusive, vivo de alquiler en una casa sencilla, con alguien que nunca fue rico ni tuvo mansiones, sino al revés, pero al que no le importa mancharse las manos de tierra. Y nada de pajes, ni de criados, ni de vajillas de porcelana delicada, ni…Y si alguna calabaza tenemos, es la que sale en el huerto, y no pensamos convertirla en una carroza sino comérnosla, que para eso es. Y como a alguien se le ocurra transformarme las cosas de la huerta en coches, criados o amas de llaves, me voy a cabrear pero que mucho.



Iba pensando en esto mientras seguía sacando fotos a las florecillas. Entonces, como si invisibles y ocultas en el seto florido anduvieran las hadas de mi cuento y me estuvieran cuchicheando cosas al oído, algo me dijo que hay cuentos buenos y cuentos malos. Hay cuentos que ayudan a la gente a encontrar la felicidad y su lugar en el mundo, y hay cuentos que, como las “hadas caídas” sólo hacen soñar con mundos lejanos, logrando que las personas se sientan infelices y desgraciadas allá donde viven. Y ¡ay!, el cuento de La Cenicienta era uno de éstos. Porque aunque parezca un buen cuento, de ésos que enseñan a superar dificultades, en realidad ¿qué está enseñando a las niñas de medio mundo? Pues que es feo, deshonroso y horrible dedicarse a encender el fuego, a cocinar, a ayudar a los familiares y, en definitiva, a cuidar de un hogar humilde. Y que lo que vale, lo que cuenta, es prosperar y rodearse de extravagancias. Encima, esto La Cenicienta lo hace a base de cazar un príncipe que, para más inri, es azul. ¿Alguien puede decirme algo más poco humano y más poco “terrestre” que ser de color azul? ¡Ni que el color moreno de la carne los Hijos de la Tierra fuera de poca categoría! ¿Alguien puede decirme qué c. significa un príncipe azul?

Sí, ya sé: la madrastra y sus hijas eran arpías malvadas que hacían imposible la vida a la pobre Cenicienta, así que estuvo muy bien que pudiera escapar de esos malos tratos. Pero esa solo es la parte buena y honesta del cuento, y va mezclada con lo demás, que me parece propaganda de unos valores artificiales, extraños, destinados a convencer al personal de que la prosperidad es dejar atrás la vida sencilla de las aldeas y los pueblos, en lugar de enseñarles a cuidarlos y mejorarlos para que sigan siendo el querido hogar de muchos. Eso sí, esos valores son muy propios de cualquier “Imperio”, pues muestran como inferiores y vergonzosas las costumbres y la sabiduría de la gente indígena y humilde, esos que nunca han perdido el contacto con la tierra. En lugar a La Cenicienta a librarse de los malos tratos por si misma, la enseñan a depender de un rico salvador (forastero del pueblo, claro). Y en lugar de terminar el cuento haciendo que la niña recupere su legítimo hogar (usurpado por la madrastra y hermanastras de turno), o que adquiera uno propio, la mandan lejos, a casa ajena, a depender de los reyes y el príncipe…

Así, hoy en día, cuando la gente se refiere a alguien diciendo de ella que “es una moderna Cenicienta”, no están pensando en la superación de malos tratos familiares, sino en que una chica de orígenes humildes haya alcanzado la riqueza y la fama gracias a casarse con un príncipe o similar. O sea, un tipo rico, con mansiones, coches, criados, etc. Eso es lo que se considera por Cenicienta, una mujer que logra no dar un palo al agua y que se dedica únicamente a lucir el palmito en trajes seductores y calzando, cómo no, extravagantes zapatos de tacón que la imposibilitan para nada que no sea deleitar los ojos de su fetichista marido (y de quién sabe cuántos moscones más).

Entonces, esa mujer ya no sabe lo que es el cuidado del fuego del hogar, que aunque luego se ha olvidado esto, fue una actividad prestigiosa y sagrada para las antiguas tradiciones humanas. También deja atrás lo que es cocinar con cariño para uno mismo y la gente de casa, encargándoselo a otros. Utiliza ingredientes sofisticados que jamás cultiva (ni son de las huertas de la propia tierra, sino de algún otro lugar lejano). No cuida a sus hijos más que un ratito porque, o bien no los tiene (para no incomodarse ni estropearse la figura), o bien se los deja a la niñera de turno, no sea que le manchen la ropa o le tiren del pelo y salga fea en las fotos (porque, por supuesto, es una mujer que aspira a ser famosa o que cultiva una imagen pública artificial). No cuida a sus padres porque se avergüenza de sus orígenes (más humildes y pobres de lo que le gustaría), y esos dos viejos le parecen personas vulgares de costumbres groseras, ignorantes e incómodos. No camina si puede evitarlo, yendo en coche hasta para ir al cuarto de baño, etc.

Estoy exagerando, pero lo cierto es que el cuento de La Cenicienta simboliza y resume un sueño extraño que de algún modo se coló en las mentes de las mujeres y les comió el coco. A todas, o casi. Así, muchas de las que antes eran felices Hijas de La Tierra, a raíz de este nuevo modelo de mujer ideal (La Cenicienta convertida en princesa de mírame y no me toques) empezaron a sentirse inferiores, pobretonas, cutres, desgraciadas. Ahora, se suponía que lo ideal era dejar de trabajar en las cosas del hogar y de la familia e intentar tener la grandísima suerte de casarse con un nosequién de ciudad con dinero a montones, dejar atrás el pueblo y dedicarse a recorrer el gran mundo en avión privado, y hale.

No estoy criticando a quienes tienen dinero gracias a su trabajo y disfrutan con ello de viajes, posesiones, etc. Estoy criticando que hay una letra pequeña en el Cuento de La Cenicienta, o en el “sueño” de tantas chicas de pueblo. Esta letra, en la que nadie parece haber reparado, dice que las actividades hogareñas son algo inferior, indigno o, como mucho, un “mal necesario”, un “sacrificio” que uno debe hacer si no tiene otro remedio ni la suerte de ser millonaria. ¡Tantas mujeres dicen, resignadas, que hacen eso porque alguien tiene que hacerlo y les toca a ellas, y punto! Hay una cierta tristeza de fondo, incluso una amargura. Durante generaciones, las niñas han sido educadas para hacer el trabajo del hogar porque sí, y para verlo como algo sin mucho valor, un engorro, un fastidio inevitable, una obligación que cumplir cuanto más rápido mejor, y punto.

Pero esto, en origen, ¡fue muy diferente! Cuando investigas las enseñanzas tradicionales antiguas, descubres que lo que tenía más prestigio socialmente era lograr tener un hogar (o sitio de lumbre para calentarse y cocinar) propio, y que era la mujer la que tenía un mayor y más reconocido conocimiento de ello y todo lo relacionado. Por esa razón, la mujer llena de esta sabiduría y ocupada en asuntos hogareños era reconocida como una gran e indiscutible autoridad, tanto dentro como fuera de su casa, y era todo un honor compartir su vida con esa reina. ¡Nadie se hubiera atrevido a faltarle el respeto o a darle órdenes! Pero claro, la visión de las cosas era muy diferente, y no se educaba a las niñas para que cumplieran obligaciones aburridas, tragándose el fastidio, sino que se les ofrecía como un don el privilegio de ayudar a las adultas y así prender voluntariamente a ser reinas del fuego, señoras con un hogar propio. Ha llovido mucho, han pasado milenios, y hoy todo es muy, pero que muy diferente.

Así que chicas, el Imperio nos ha engañado y nos ha robado un conocimiento, una libertad y un prestigio social al que en otro tiempo tuvimos pleno derecho. Y lo peor es que lo ha hecho durante siglos, pues muchas de nuestras madres y abuelas han padecido la vida en los pueblos como algo esclavo, desagradecido, triste, sufriente. No todas nuestras antepasadas han sabido ser felices con esa clase de vida, sólo algunas, porque hace muuuuuucho que el dichoso “cuento” o “sueño” del tipo Cenicienta, aunque sea en otros formatos, anda comiendo el coco a las jóvenes. Tal vez haya “hadas caídas” susurrando al oído de las mujeres de pueblo que no valen nada al lado de las mujeres instruídas de ciudad, o tal vez sea el típico diablillo que se pintaba en los catecismos, a la izquierda de alguien, cuchicheándole estas cosas para que esa persona dejara de ser feliz.

Así, se han ido olvidando las antiguas tradiciones que enseñaban que era algo sagrado cuidar del fuego del hogar. El fuego era la lumbre, pero también un símbolo del calor del corazón en el cual se calientan otros (la pareja y/o los hijos) Por eso, a las más antiguas abuelas ancestrales jamás se les hubiera ocurrido llamar Cenicienta, como un insulto, a una niña, porque la que se manchaba de cenizas era, por el contrario, la mujer más importante y respetada de todas. Tampoco hubieran inventado un cuento así, en el que una supuesta hada madrina enseña a una niña todo lo contrario de lo que debe aprender si quiere sobrevivir en la Tierra, como Hija de la Tierra, conectada a la verdadera naturaleza.

Se me ocurre que seguramente aquellas antiguas abuelas hubieran contado un cuento más parecido al mío, en el cual unas hadas arrugaditas, abuelitas a su vez en su propio mundo, enseñan a una joven lo que es la vida de verdad y le quitan las tonterías de la cabeza. Y nunca hubieran enseñado a sus hijas y nietas a vivir la vida hogareña como algo sacrificado, como un rollo, una obligación que tienes que seguir te guste o no, y punto.

Desgraciadamente, a ninguna nos han enseñado que es una suerte, y no una desgracia, tener un hogar que cuidar y poder hacerlo una misma, en lugar de relegarlo en otras personas ajenas a la familia, que vete a saber qué tendrán en su corazón, si pondrán amor en lo que hacen o más bien fastidio, en plan “aguanto esto porque me pagan y ya está”. Y que es un privilegio poder estar atenta a las propias paredes, y limpiar los rincones personalmente. Y que es una suerte poder tener y criar hijos también personalmente…Y que es una maravilla poder vivir esto y ya no digamos si lo puedes compartir con una pareja que tenga gustos naturales y sensatos, y que no la obligue a una a andar todo el día como una maniquí de cara al escaparate, destrozándose los pies con ridículos zapatitos de cristal. Ay, ¿qué clase de hombre es incapaz de reconocer a la chica de la cual se ha enamorado, si no es probándole un zapato? ¿Qué pasa, que el príncipe no le miró siquiera la cara, que no era capaz de recordar su voz, o sus ojos, su estatura, el color de su pelo…? ¡Está claro que un tipo que sólo mira tus pies y lo demás le importa un pito es un raro, un obseso! ¡Yo nunca me casaría con un hombre así!

Terminé con las fotos de las florecillas mientras pensaba todas estas cosas. Y entendí que el mito de la Cenicienta, presentado ese modelo de mujer ideal, más todo lo que esto lleva añadido, podría ser una de las muchas razones por las cuales la mayor parte de chicas jóvenes no quieren quedarse a vivir en los pueblos, ni tampoco emigrar a ellos desde la ciudad, salvo que les aseguren un trabajo que no tenga NADA que ver con el hogar. O sea: nada de limpiar, nada de cocinar, nada de cuidar a otros, nada de cultivar, nada de…Y claro, como en los pueblos eso es (todavía) lo que hay mayormente, tururú, ahí no me veréis, pringando como mi madre/abuela, etc. Que ya he visto de qué va, el pueblo es un agobio, me piro a la ciudad.

Allí las esperan otros trabajos, con relaciones laborales y humanas diferentes y muy esclavas a su manera. Pero claro, sarna con gusto no pica. Algunas mujeres de origen humilde tendrán que vivir el cuento de La Cenicienta para descubrir que no es oro todo lo que reluce, del mismo modo que yo he tenido que vivir el anti-cuento para descubrir que los trabajos tradicionales del hogar no son tan horribles, ni las mujeres de pueblo menos sabias y dignas que las demás. Pero no juzgo a las que quieran imitar a La Cenicienta, porque cada uno hace lo que sabe y lo que puede, y del mismo modo que yo no veía otra salida más que irme al campo, otras no verán otra escapatoria para su agobio más que irse a la ciudad. Así es la vida.

A veces, algunas mujeres de este pueblo se muestran avergonzadas cuando quiero hacerles una foto, o preguntarles sobre sus actividades o su historia personal. Se disculpan por llevar el mandil sucio de tierra, por tener las manos estropeadas, por no haber estudiado grandes carreras, ni haber viajado, ni haber hecho otra cosa que cuidar hijos y sacar adelante un hogar. Es como si sintieran que todo eso las hace inferiores a mí y a otra gente de ciudad, gente que ha leído mucho, ha viajado, ha visto mundo, y se ha dedicado a llevar taconcitos en lugares de trabajo tipo oficinas de alto diseño. Yo les contesto que eso son tonterías, pero no me hacen mucho caso. Están como hipnotizadas por el dichoso Cuento de La Cenicienta, y se sienten, claro, pobres y poca cosa, como aquella chica sucia de ceniza que no paraba de trabajar. Piensan que las mujeres ricas, las instruidas en otras cuestiones, las viajadas, son mejores que ellas, como si fueran de otra calidad o incluso de una especie humana diferente. Pero eso, ya lo he dicho, me parece una sucia comida de coco por parte de algún “mal espíritu” o mal-hado, más que otra cosa.

Yo, más bien, las admiro a ellas, las que han aprendido a sacar adelante una familia, las que conocen el trabajo de la tierra al dedillo, las que no se arrugan con actividades que a mí en cambio me agotan o me abruman, porque en la ciudad me volví floja, torpe y despistada de lo esencial. Entonces, se me ocurre que ellas son como esas flores pequeñas de las que me hablaron las hadas. Son mujeres que crecen en sitios humildes y no llaman la atención, pero son valiosas como las que más. Lo que pasa es que el mundo, en general, está educado para admirar sólo las plantas exóticas y medio artificiales de la floristería, caras, grandotas y vistosas, y parece no ver ni valorar a las humildes florecillas sin fama ni “precio” que crecen en nuestra tierra.

A ellas les dedico esta entrada, pues. A las flores del campo y a las mujeres humildes cuyo corazón y su vida esforzada es como una flor. Que son muy afortunadas, y que nadie las convenza de lo contrario. ¡Fuera todos esos complejos! Que se dejen de tonterías, y que el Cuento de la Cenicienta y sus sofisticaciones se lo metan otros donde les quepa. Convertir las sabrosas calabazas en carrozas, casarse con príncipes azules de gustos raros…¡habráse visto! ¡Hasta aquí podíamos llegar!

Y yo, encantada de ¡por fin!, poder vivir en una casa con “hogar”, es decir, una casa a la antigua, con un lugar para la lumbre o fuego propio, y de poder trotar por los caminos con mis queridas botas, a Dios gracias y que me duren muchos años más.







martes, 11 de agosto de 2009

El Señor del Trueno, Arco Iris y Escaleras al Cielo

(El Monte Teleno, un día de esos en los que se le ve coronado de nubes y con los rayos del sol tocando sus cimas. De película. Se entiende que fuera considerado un lugar sagrado, donde se manifestaba un Señor de las Tormentas, algo así como un rostro tormentoso de Dios...)

Acabo de leer en un pequeño libro titulado “La Piedra Celeste. Creencias Populares Leonesas” (1) algo acerca del Teleno. Dice así:
Los pueblos indoeuropeos que se asentaron en las márgenes de nuestros ríos y dieron lugar a las tribus astures traían consigo la idea de su gran dios del cielo. Lejos de las montañas septentrionales de la Península, y en una meseta amplísima, se erguía orgulloso un imponente macizo. Este fue el lugar elegido como morada de su divinidad, Teleno. Posteriormente, y debido al carácter guerrero de los astures augustanos, los romanos lo asociaron con su dios Marte.
Pero Marti Tileno es mucho más que un dios guerrero. Es la gran divinidad celeste y como tal lo describen las leyendas locales.
Cuando en la cumbre del Teleno se ven nubes plomizas, se dice que el dios Teleno, furioso, se prepara para lanzar rayos desde su trono. En lo alto de su cima, una vieja cisterna romana se ha tomado por un lago de aguas perfumadas donde se baña el dios. En otras aguas, en este caso subterráneas, bajo unos terrenos cercanos a la localidad cabreiresa de Corporales denominados Tonariel, el dios bajaba a apagar sus rayos al finalizar las tormentas. curiosamente ese lugar está maldito, pues su nombre significa “paperas” y, al parecer, las contraían las vacas cuando bebían de esas aguas infectadas.
La creencia de que el dios del monte sagrado de la Maragatería lanzara como un Júpiter Tonante las lluvias y rayos desde su cima tiene una base real, y es que la cadena montañosa del Teleno constituye una barrera para las nubes atlánticas cargadas de lluvia. Estas nubes se posan en su cima y producen precipitaciones en las proximidades de la cordillera, quedando las llanuras secas.
La imagen del Teleno coronado de nubes originó otra leyenda que se cuenta en los pueblos maragatos: la de las siete vacas o bueyes (serían las nubes) que arrastraban el carro solar de un lado a otro del monte durante el día, lo que no deja de ser una manera de explicar la salida y la puesta del sol.”

Bueno, pues El Señor del Trueno debe andar de vacaciones últimamente, porque aunque algún trueno lejano se oye, aquí no acaba de desatarse la tormenta y lo que se dice llover, casi desde el invierno que no llueve ni gota. Con lo cual, eso de que el Sr. del Trueno trae tormentas, pues tal vez sea verdad, pero entonces este año no está de mucho humor, que digamos. O igual es que “pasa”, porque total, como nadie se acuerda de él…

(El Señor del Trueno se asoma a través de las nubes y los rayos de sol que avanzan desde el Teleno al Sanguiñal. Un único testigo: un perro de pueblo que aún se acuerda de mirar hacia el cielo. Por cierto, ¿será casualidad que el animal se llame Thor, como el famoso dios del trueno? ;-) )

Bueno, la verdad es que desde que vivo aquí, cientos de veces he visto formaciones de nubes tormentosas sobre el Teleno, a veces espectaculares, que me han hecho comprender porqué ese monte fue considerado algo sagrado. Y es que no sólo se ven aquí nubes de todas las formas y colores en formaciones a veces bellísimas, sino también innumerables arco iris. Estos sorprenden en ocasiones porque aparecen hasta en días que no llueve, y porque no siempre forman el típico semicírculo, sino que los hay anchos y muy achatados, otros que surgen como haces verticales, otros que se ven como manchitas de luz irisada en las nubes…(Detrás de las nubes está el Teleno, bien tapado por ellas. Desde la tierra, y partiendo del centro de la base de la montaña, sube un arco iris como una escalerita tendida entre los campos tabuyanos y las nubes celestiales o, para los niños y quienes tienen alma de tal, la casita del Señor del Trueno :-))

El arco iris, para quien no lo sepa, es reconocido en diversas religiones y creencias místicas como símbolo del “puente” tendido entre el Cielo y la Tierra, lo que viene a ser como un punto de conexión que une la morada de Dios (y de los seres celestes) con el mundo de los hombres. En la Biblia, se dice que al finalizar el diluvio, Dios hizo brillar un fabuloso arco iris para dar a entender a Noé y los atribulados pasajeros de su arca, que había terminado el mal rato y que desde ese día se permitiría de nuevo vivir a la humanidad. Dios realizaba un nuevo “pacto” con el ser humano y apostaba por una nueva oportunidad. Podríamos decir que menos mal, y que si Dios llega a tardar un poco más en cambiar de parecer no lo cuenta ni el apuntador, pero así es la leyenda y no voy a cambiarla yo.

(Aquí, un arco iris de buen rollito, uno de los muchos que se ven por la mañana en el pueblo. por la tarde se ven en la otra dirección, hacia Destriana)

En las tradiciones indígenas de América del Norte, la aparición de un arco iris al final de un ritual religioso era la mejor señal de que El Gran Espíritu aceptaba las oraciones y respondía favorablemente. En las visiones de los más reputados “hombres medicina” de aquellos pueblos, los arco iris aparecían ligados a los seres celestes que ayudaban a la humanidad y por eso eran símbolos indiscutibles de buen augurio.

Por otra parte, en las creencias germanas y escandinavas, el arco iris era el puente que unía el mundo de los dioses y el mundo de los hombres. Existía incluso un dios asociado o encargado del arco iris (Heimdall) Podría seguir rebuscando en diferentes mitologías y tradiciones y seguramente encontraría otros casos en los que el arco iris aparece como un símbolo claro de un puente y/o un saludo desde el Mundo Divino.

Por lo tanto, una tierra como ésta, en la cual es fácil ver muchos arco iris a lo largo del año, sin duda hubiera sido considerada como un lugar especial y sagrado por gentes de religiosidad y sentimientos indígenas. Aún hoy, como una escalera tendida entre la Tierra y el Cielo, el arco iris estaría esperando que los hombres y mujeres de buen corazón fueran capaces de acercarse a él y de “subir” con Dios o por lo menos recibir un saludo de su parte, una visita, un mensaje, un regalo… Pero claro, los antiguos nativos podrían decirnos que para poder “usar” el arco iris como puente o escalera, hay que vivir de manera que seamos semejantes a él. De otro modo pasaría como en las pelis de ciencia ficción, que al intentar rozar lo sagrado sin haber purificado tu corazón y tus intenciones, esto te podría destruir.

¿Y cómo usar un arco iris, cómo volverse afín a él? Los maestros nativos antiguos nos responderían que el arco iris simboliza la unión con lo divino porque su forma semicircular y la reunión de todos los colores representan un estado superior, diferente al constante conflicto que viven los seres humanos. Ese estado es la unidad, la armonía y la paz, pues a pesar de la diferencias visibles que hay entre cada color, en el arco iris no existen peleas ni conflictos, sino sólo luz que parece danzar, belleza y alegría que inspiran buenos sentimientos hasta al más atascado y bruto de los hombres. Entonces, cuando una persona va siendo capaz de vivir según la “Ley del Arco Iris”, es como si la barrera entre el Cielo y la Tierra se disolviera para ella. Como si se abriera una aduana o frontera invisible, un camino de luz de colores se tiende ante esa persona, invitándola a “pasar”, a ir más allá de sus limitaciones, a vivir en la armonía y la paz. Pues eso es lo que significaría disfrutar de un contacto con el Cielo mientras aún se tienen los pies bien puestos en la Tierra. ¡Dichosos los que han podido vivir algo así!

Bueno. Un lugar en el que se ven tantos fenómenos metereológicos impresionantes como algo habitual, es un lugar que seguro que alienta las leyendas y la imaginación loca, pero también, por qué no, la sabia y fructífera inspiración, esa que sirve para avanzar y vivir algo más que una vida insípida y gris. Y es que aquellos sitios en los que la Naturaleza permanece más intocada y donde se muestra con mayor esplendor, lógicamente parecen estar más “habitados” por lo divino.

El librito de La Piedra Celeste termina el capítulo dedicado a los Señores de las Tormentas diciendo:
De lo que venimos relatando se desprende una clara conclusión: los dioses importantes habitan en las montañas. Esta creencia en las cumbres como asiento de la divinidad preponderante está asociada a la imagen de firmeza y grandiosidad que despiertan los montes. Todos los pueblos los consideraban el sólido asiento de su germen racial. En ellos el dios poderoso se manifestaba y ocultaba alternativamente bajo el cambiante velo de sus celajes. De allí esperaban la futura realización de sus ambiciones y sueños, pues de allí habría de bajar el salvador, el ángel de la gloria o de la libertad. La Historia de la Humanidad, sin duda, está escrita en sus montes: El Olimpo, Ida, El Parnaso, Cileno, Los Alpes, Los Pirineos, El Monsagro, Los Picos de Europa...Son ciudadelas elegidas por los dioses como asiento y trono desde donde manifiestan sus poderes
(El Teleno, como cubierto de algodones luminosos, en otro de esos días de formaciones nubosas espectaculares que le confieren esa atmósfera tan especial...)

Añado yo que también en la Biblia se mencionan al menos 3 montes importantes en cuanto a que, en ellos, se manifestó de manera palpable la divinidad, cambiando la historia del pueblo judío primero, y marcando el cristianismo después: el Sinaí, el Carmelo y el Tabor. En definitiva, parece que ciertas montañas no sólo son vistas como “dioses”, sino como lugares donde más fácilmente se siente a Dios, montañas altar, montañas puerta-al-Cielo. Y El Teleno parece que es una de estas montañas, o por lo menos lo fue para los antiguos.

¿Estaremos viviendo sin saberlo en un lugar donde la separación entre el Cielo y la Tierra es más fina de lo habitual? Habrá opiniones para todos los gustos. De momento, no estaría mal que lloviera un poco :-P. Tal vez últimamente se ha perdido un poco la comunicación con el Cielo, o es que no nos entendemos, y por eso el Señor del Trueno se va a otros lugares a descargar sus tormentas y lluvias torrenciales. ¿Será que halamos lenguajes diferentes…? ¿O será que al ser humano se le endureció un poco el corazón, y olvidó La Ley del Arco Iris, el camino de la unidad?

Sí, ya sé…Que resulta que ni una cosa ni la otra, que se trata del dichoso calentamiento global. Martita, qué te has tomado hoy que ves arco iris por todas partes y hasta oyes hablar a los perros. O es que se te ha recalentado a ti también la cabeza, con este calorazo que hace. Pero me niego a abandonar mi visión poética del mundo, que me gusta más la vida así.
Hasta la próxima :-)


(1) Este libro se encuentra en la colección “Breviarios de la Calle del Pez”, y ha sido editado por el Instituto Leonés de Cultura, de la Diputación Provincial de León)

viernes, 7 de agosto de 2009

Del Bar El Pinar a Casa del Herrero (Comer y Dormir en Tabuyo)

(Esta fotografía del Bar el Pinar, del año 56, da testimonio de lo antiguo que es este establecimiento. El segundo por la izquierda es Primitivo, el padre de Isabel)

Bueno, pues mientras yo me tomaba el cafecito que tan amablemente me preparó en su casa, con el tentador bizcocho de nueces acompañándolo, Isabel me contó cómo fueron su padre, Primitivo Argüello, y su madre, Chencha, los que empezaron con el bar hace más o menos 40 años. Como les sucedió y les sucede a otras personas con las que he hablado, los motivos de permanecer en Tabuyo no fueron meramente económicos. Al parecer intentaron salir adelante con un bar en La Bañeza y no les iba mal, pero se agobiaron, echaban de menos el ambiente del pueblo, lo dejaron y se volvieron para aquí. Tabuyo no es un pueblo que pueda competir con La Bañeza en cuestión de ciertos negocios, pero es indudable que tiene algo que engancha. ¿Y quién quiere ganar dinero al precio de amargarse? Solo tenemos una vida, así que es mejor vivirla donde nos sintamos a gusto y tratar por todos los medios de salir adelante allí, y no en otra parte, a poder ser.

Bien, pues el Bar funcionaba como tal, pero también como pensión. Casi desde el principio Primitivo y Chencha empezaron a acoger a veraneantes en las habitaciones que había encima del local. Durante el verano, todos eran asturianos que, como ellos decían, “venían a respirar”. Pasaban el día en el monte y por los bosques, haciendo excursiones, disfrutando del aire y del sol. Ya desde niña, muchas veces Isabel los acompañaba y les hacía de guía, llevándoles a los lugares con encanto. Le cogió gusto ya entonces al trato con gente nueva, al mismo tiempo que también heredaba y aprendía de su madre el arte de cocinar. En el bar daban comidas y Chencha era una estupenda cocinera al modo tradicional.

Durante el resto del año, acogían a trabajadores, gente de las cuadrillas forestales y otros que necesitaban pasar temporadas en el pueblo. Estaban alojados en la pensión, pero compartían comidas y muchas conversaciones con la familia, con lo cual era un poco como estar en casa. De ahí incluso surgieron relaciones que terminaron en amistad.
(En esta fotografía, del año 1970, se ve en primer plano y a la derecha, a Chencha, la madre de Isabel, sirviendo bebidas a unas chicas de Priaranza)

Pasó el tiempo, Isabel se hizo mayor y se fue a estudiar. Hizo la carrera de Ingeniería Técnica Agrícola en León, donde conoció a su pareja, Andrés. Por suerte, y como no podía ser de otro modo, cuando Andrés conoció Tabuyo quedó encantado con el lugar, así que, sin dudarlo, al terminar los estudios se vinieron a vivir aquí. Andrés se puso a trabajar con el padre de Isabel en las colmenas (el asunto de la miel es otro tema del que hablaré en su día) y ella ayudaba en el bar.

Al cabo de un tiempo empezó a funcionar el programa de ayudas al desarrollo rural Leader, sustentado con fondos europeos, y surgió la posibilidad de hacer un curso para manejar el negocio de Turismo Rural. Aunque Isabel ya conocía las bases del asunto antes siquiera de que se empezara a poner de moda la expresión “turismo rural”, siempre está bien ir a aprender con expertos y modernizarse, así que se puso a ello. El curso fue muy completo, de una duración de 4 meses. Incluía visitas a negocios de Turismo de otras provincias e incluso al extranjero. Al final del mismo cada alumno debía presentar un proyecto para que fuera valorado por los profesores, y fue ahí donde Isabel esbozó lo que terminaría siendo La Casa del Herrero.

El nombre de “Casa del Herrero” fue puesto así en honor de uno de los abuelos de Isabel, Gabino, quien era herrero (la vieja herrería, ¡otro tema del que hablar para más adelante!), pues la actual Casa del Herrero está construida sobre las bases, reformadas, de la antigua casa del abuelo. Las obras y la culminación del proyecto pudieron realizarse gracias a las ayudas del Programa Leader y de la Diputación, y la Casa de Turismo Rural fue inaugurada en el 1998. Isabel fue, pues, una de las pioneras en toda esta zona del Teleno en lo que respecta a abrir este tipo de establecimiento. Los primeros años, como en todo negocio, fueron duros. Ayudó a salir adelante el hecho de que la Casa contaba con un buen restaurante que funcionaba de manera independiente a que hubiera gente alojada allí, o no. Hoy en día el restaurante sigue abierto y progresando hacia niveles culinarios cada vez más elaborados y de calidad. Poseen el distintivo de Restaurante Micológico, y a menudo realizan menús especializados según jornadas específicas: Jornadas de Caza, de Micología, de Degustación de Productos de Montañas del Teleno, etc.
(Vista de la entrada principal a la Casa del Herrero, un día de verano...)

Isabel me contaba que se está formando continuamente, asistiendo a cursos, cursillos y toda clase de talleres para continuar aprendiendo y poder proponer, así, novedades y especialidades en su cocina. Recordé entonces el delicioso menú de degustación que pude probar en la cena de Navidad con las compañeras de trabajo de la residencia de ancianos. Aunque no tenía mi mejor día en cuanto a estómago se refiere, pues el embarazo me afectó bastante en ese sentido, sí recordaba haber disfrutado con cosas como el “milhojas de berenjena con setas y salsa de vinagre de saúco”, o el flan de miel. Resultó que el milhojas es un plato que creó ella, adaptando los nuevos conocimientos a lo que puede presentarse en esta zona. También me contó que acababa de ultimar un nuevo plato, cuyo nombre por sí solo resulta tentador y sugerente: “Flan de Amanita”. Cesárea, por supuesto, porque…¿aún no he dicho que en esta zona es posible encontrar esas exquisiteces? Bien, pues lo cuento ya. Quien quiera saber más al respecto, pues, que vaya planteándose hacer una excursioncita a este rincón de mundo para degustar la cosa.

Así que esta es la historia. Podría hablar mucho más del bar: de cómo hace muchos años ponían música y hacían bailes, o de cómo la gente joven siempre lo tuvo como punto de encuentro y de referencia. También podría hablar más de la Casa de Turismo Rural, detallando cómo muchas familias con niños vienen a disfrutar tanto del trato acogedor y sencillo como del entorno y de la comida casera y de calidad, pero me alargaría demasiado. Tiempo habrá de colgar más entradas sobre actividades que se realicen aquí, sobre historias del pueblo y sobre…gastronomía.

Porque claro, del mismo modo que cuando hablé del Bar Codes era justo mencionar que el Bar El Pinar merecía con toda justicia otra entrada propia y aparte, ahora debo añadir que Isabel y La Casa del Herrero no son el único punto de referencia de la exquisitez culinaria que se puede degustar en este pueblo. No. Es también justo mencionar, aunque hoy sea de pasada, que hay otro lugar donde comer aquí. Se trata del Restaurante “Comedor del Monte”. Pero…bueno, como me sucedió con lo del Bar el Pinar, hay una historia por descubrir y contar detrás de ese otro lugar, y el momento de hablar de ello no es ahora. Otro día.
(Interior del Bar El Pinar actualmente. Detrás de la barra, Yomara, dispuesta a servir el primer café de la mañana)

Para terminar, no me voy sin decir que el Bar El Pinar, abierto todos los días, está en la céntrica plaza del pueblo, enfrente de la Ermita de la Piedad. Fue el primer bar que pisé cuando llegué a este pueblo, y en el cual disfruté de mis primeras conversaciones de los lugareños. Como en aquel primer mes viví en una casa muy cercana al mismo, iba allí todas las mañanas y las tardes, a tomar mi cafecito, a leer los periódicos o los libros que suelo arrastrar conmigo, y a charlar con Bea (que entonces estaba allí como camarera). Fue allí donde noté por primera vez que a mucha gente le parecía una buena idea que yo ( y mis dos amigos, que estaban a punto de llegar) me planteara quedarme a vivir en el pueblo. Bueno, les parecía tal vez algo curioso, extraño, porque…¿cómo se me había ocurrido recalar en este rincón de mundo? ¡Ah…! Pero no lo veían mal, sino al contrario. Aún recuerdo a José, el padre de Bea, hablando excelencias de Tabuyo ante mí y mis tíos aquel primer día…

También recibí el trato amable de Andrés, y pude disfrutar en aquel entonces de unas cuantas conversaciones con Alfredo (otro de los camareros), por ejemplo sobre pájaros y artesanía. ¡Hay personas bien interesantes en este pueblo! Bien, habría mucho por contar…¡pero es que si no, no termino! Hoy no voy tanto por allí, que me queda más lejos, pero de vez en cuando me gusta volver para recordar los inicios y para estar en el centro del pueblo, sintiendo la vida pasar al ritmo tabuyano y saludando a los vecinos. Y eso es todo, que no es poco. Por haber hablado antes de menús de degustación, me entró hambre. Me voy a hacer la comida y me despido….¡hasta la próxima!
...

Isabel y la Tradición de Acogida en Tabuyo

Este es un pueblo acogedor. A la gente le gusta detenerse y conversar con los visitantes y viajeros. No ponen mala cara ante las visitas, sino al contrario. También se puede notar que les gusta que haya gente nueva admirando su pueblo y deseando quedarse a vivir aquí, y eso no es tan común como se piensa. Hay pueblos mucho más pequeños que, en teoría, están necesitando una inyección de vitalidad y nuevos vecinos, pero la mayoría de sus habitantes no parecen desearlo y se cierran ante los nuevos. Prefieren ver morirse el pueblo antes que permitir que otros se instalen ahí. Son maneras de ser.

Cuando llegué aquí por primera vez, esta amabilidad fue una de las cosas que me sorprendió. Una de las frases que más escuché, mientras buscaba casas para alquilar y conocía a las primeras personas de aquí, fue: “Pasa, estás en tu casa”. Enseguida me hacían entrar hasta la cocina, junto a la lumbre, cosa que se agradecía, porque aunque era mayo hacía mucho frío. Por lo menos, para lo que mi cuerpo acostumbraba a vivir en esas fechas (venía de un lugar mucho más cálido) Yo alucinaba un poco, porque estaba acostumbrada a pasar por pueblos donde la indiferencia o las miradas esquivas son lo habitual, o donde cosas tan simples como entrar en un bar a tomar algo siendo forastero puede parecerse mucho a lo que se ve en las películas del Oeste. Entra el desconocido en el “Salón” y todos, sin moverse del sitio, le miran de reojo o por debajo del ala del sombrero, desconfiando de él. Como diciendo: “¿Y a ti qué se te ha perdido por aquí? ” El forastero traga saliva y pide algo en la barra mientras el camarero le sirve poniendo cara de póker, vigilando a su vez las reacciones del resto de concurrentes…

Pero no, aquí la mayoría de la gente se desvive para que te sientas a gusto en el pueblo. Por lo menos, de entrada. También es cierto que algunas personas tal vez disimulen y, por detrás, opinen cosas diferentes a las que te dicen por delante. También es cierto que, muy probablemente, algunos opinan que cualquier novedad es una amenaza para lo de siempre, porque esto ya les parece bien tal como está. Pero casos de esos los hay en todas partes y… sea como sea, ¿cómo no admitir que la cordialidad y la amabilidad Tabuyanas ayudan mucho al recién llegado?

Pues bueno, aparte de esta actitud general hacia el visitante, hoy en día hay en el pueblo alguien que se dedica a acoger visitantes, pero de un modo profesional. Es decir, ha hecho de ello un negocio y es su forma de vida. Se trata de Isabel, la dueña de la Casa de Turismo Rural “Casa del Herrero”, un negocio familiar, lo mismo que el “Bar el Pinar”, iniciado por sus padres. Pero lo bueno de este caso es que ninguno de los dos se trata de un negocio abierto hace dos días como quien hace un experimento, o para ganar dinero como sea, sino que se trata de algo que viene de muy lejos. Es casi una tradición familiar, por así decirlo.

Me enteré de esto cuando le pregunté acerca del bar, porque, como ya dije en su día cuando colgué aquí la conversación con Mónica, quería publicar otra entrada acerca del Bar El Pinar. Y entonces fue cuando Isabel me contó que aquel bar…¡tiene más de 40 años! Vaya, ¡con lo nuevo que me parecía a mí…! Y es que está reformado, claro. Isabel me explicó que, además, la Casa del Herrero surgió enlazada al bar, porque desde siempre se habían acogido visitantes, tanto veraneantes como trabajadores temporales, en la vivienda que había encima del local. Ella lo recordaba desde que era muy pequeña, de modo que abrir un negocio de lo que hoy llaman “turismo rural” no sólo no era algo nuevo para ella, sino también algo que le gustaba y se le daba bien hacer.

Me pareció muy interesante lo que me contaba. ¡He aquí una familia que lleva tiempo dando vida al pueblo de un modo especial y muy activo! Pensé que merecía la pena que me contara mejor todo eso, así que quedamos un día para charlar. Y de esa charla surge la próxima entrada: “Del Bar el Pinar a La Casa del Herrero" (Comer y Dormir en Tabuyo)
...