viernes, 7 de agosto de 2009

Del Bar El Pinar a Casa del Herrero (Comer y Dormir en Tabuyo)

(Esta fotografía del Bar el Pinar, del año 56, da testimonio de lo antiguo que es este establecimiento. El segundo por la izquierda es Primitivo, el padre de Isabel)

Bueno, pues mientras yo me tomaba el cafecito que tan amablemente me preparó en su casa, con el tentador bizcocho de nueces acompañándolo, Isabel me contó cómo fueron su padre, Primitivo Argüello, y su madre, Chencha, los que empezaron con el bar hace más o menos 40 años. Como les sucedió y les sucede a otras personas con las que he hablado, los motivos de permanecer en Tabuyo no fueron meramente económicos. Al parecer intentaron salir adelante con un bar en La Bañeza y no les iba mal, pero se agobiaron, echaban de menos el ambiente del pueblo, lo dejaron y se volvieron para aquí. Tabuyo no es un pueblo que pueda competir con La Bañeza en cuestión de ciertos negocios, pero es indudable que tiene algo que engancha. ¿Y quién quiere ganar dinero al precio de amargarse? Solo tenemos una vida, así que es mejor vivirla donde nos sintamos a gusto y tratar por todos los medios de salir adelante allí, y no en otra parte, a poder ser.

Bien, pues el Bar funcionaba como tal, pero también como pensión. Casi desde el principio Primitivo y Chencha empezaron a acoger a veraneantes en las habitaciones que había encima del local. Durante el verano, todos eran asturianos que, como ellos decían, “venían a respirar”. Pasaban el día en el monte y por los bosques, haciendo excursiones, disfrutando del aire y del sol. Ya desde niña, muchas veces Isabel los acompañaba y les hacía de guía, llevándoles a los lugares con encanto. Le cogió gusto ya entonces al trato con gente nueva, al mismo tiempo que también heredaba y aprendía de su madre el arte de cocinar. En el bar daban comidas y Chencha era una estupenda cocinera al modo tradicional.

Durante el resto del año, acogían a trabajadores, gente de las cuadrillas forestales y otros que necesitaban pasar temporadas en el pueblo. Estaban alojados en la pensión, pero compartían comidas y muchas conversaciones con la familia, con lo cual era un poco como estar en casa. De ahí incluso surgieron relaciones que terminaron en amistad.
(En esta fotografía, del año 1970, se ve en primer plano y a la derecha, a Chencha, la madre de Isabel, sirviendo bebidas a unas chicas de Priaranza)

Pasó el tiempo, Isabel se hizo mayor y se fue a estudiar. Hizo la carrera de Ingeniería Técnica Agrícola en León, donde conoció a su pareja, Andrés. Por suerte, y como no podía ser de otro modo, cuando Andrés conoció Tabuyo quedó encantado con el lugar, así que, sin dudarlo, al terminar los estudios se vinieron a vivir aquí. Andrés se puso a trabajar con el padre de Isabel en las colmenas (el asunto de la miel es otro tema del que hablaré en su día) y ella ayudaba en el bar.

Al cabo de un tiempo empezó a funcionar el programa de ayudas al desarrollo rural Leader, sustentado con fondos europeos, y surgió la posibilidad de hacer un curso para manejar el negocio de Turismo Rural. Aunque Isabel ya conocía las bases del asunto antes siquiera de que se empezara a poner de moda la expresión “turismo rural”, siempre está bien ir a aprender con expertos y modernizarse, así que se puso a ello. El curso fue muy completo, de una duración de 4 meses. Incluía visitas a negocios de Turismo de otras provincias e incluso al extranjero. Al final del mismo cada alumno debía presentar un proyecto para que fuera valorado por los profesores, y fue ahí donde Isabel esbozó lo que terminaría siendo La Casa del Herrero.

El nombre de “Casa del Herrero” fue puesto así en honor de uno de los abuelos de Isabel, Gabino, quien era herrero (la vieja herrería, ¡otro tema del que hablar para más adelante!), pues la actual Casa del Herrero está construida sobre las bases, reformadas, de la antigua casa del abuelo. Las obras y la culminación del proyecto pudieron realizarse gracias a las ayudas del Programa Leader y de la Diputación, y la Casa de Turismo Rural fue inaugurada en el 1998. Isabel fue, pues, una de las pioneras en toda esta zona del Teleno en lo que respecta a abrir este tipo de establecimiento. Los primeros años, como en todo negocio, fueron duros. Ayudó a salir adelante el hecho de que la Casa contaba con un buen restaurante que funcionaba de manera independiente a que hubiera gente alojada allí, o no. Hoy en día el restaurante sigue abierto y progresando hacia niveles culinarios cada vez más elaborados y de calidad. Poseen el distintivo de Restaurante Micológico, y a menudo realizan menús especializados según jornadas específicas: Jornadas de Caza, de Micología, de Degustación de Productos de Montañas del Teleno, etc.
(Vista de la entrada principal a la Casa del Herrero, un día de verano...)

Isabel me contaba que se está formando continuamente, asistiendo a cursos, cursillos y toda clase de talleres para continuar aprendiendo y poder proponer, así, novedades y especialidades en su cocina. Recordé entonces el delicioso menú de degustación que pude probar en la cena de Navidad con las compañeras de trabajo de la residencia de ancianos. Aunque no tenía mi mejor día en cuanto a estómago se refiere, pues el embarazo me afectó bastante en ese sentido, sí recordaba haber disfrutado con cosas como el “milhojas de berenjena con setas y salsa de vinagre de saúco”, o el flan de miel. Resultó que el milhojas es un plato que creó ella, adaptando los nuevos conocimientos a lo que puede presentarse en esta zona. También me contó que acababa de ultimar un nuevo plato, cuyo nombre por sí solo resulta tentador y sugerente: “Flan de Amanita”. Cesárea, por supuesto, porque…¿aún no he dicho que en esta zona es posible encontrar esas exquisiteces? Bien, pues lo cuento ya. Quien quiera saber más al respecto, pues, que vaya planteándose hacer una excursioncita a este rincón de mundo para degustar la cosa.

Así que esta es la historia. Podría hablar mucho más del bar: de cómo hace muchos años ponían música y hacían bailes, o de cómo la gente joven siempre lo tuvo como punto de encuentro y de referencia. También podría hablar más de la Casa de Turismo Rural, detallando cómo muchas familias con niños vienen a disfrutar tanto del trato acogedor y sencillo como del entorno y de la comida casera y de calidad, pero me alargaría demasiado. Tiempo habrá de colgar más entradas sobre actividades que se realicen aquí, sobre historias del pueblo y sobre…gastronomía.

Porque claro, del mismo modo que cuando hablé del Bar Codes era justo mencionar que el Bar El Pinar merecía con toda justicia otra entrada propia y aparte, ahora debo añadir que Isabel y La Casa del Herrero no son el único punto de referencia de la exquisitez culinaria que se puede degustar en este pueblo. No. Es también justo mencionar, aunque hoy sea de pasada, que hay otro lugar donde comer aquí. Se trata del Restaurante “Comedor del Monte”. Pero…bueno, como me sucedió con lo del Bar el Pinar, hay una historia por descubrir y contar detrás de ese otro lugar, y el momento de hablar de ello no es ahora. Otro día.
(Interior del Bar El Pinar actualmente. Detrás de la barra, Yomara, dispuesta a servir el primer café de la mañana)

Para terminar, no me voy sin decir que el Bar El Pinar, abierto todos los días, está en la céntrica plaza del pueblo, enfrente de la Ermita de la Piedad. Fue el primer bar que pisé cuando llegué a este pueblo, y en el cual disfruté de mis primeras conversaciones de los lugareños. Como en aquel primer mes viví en una casa muy cercana al mismo, iba allí todas las mañanas y las tardes, a tomar mi cafecito, a leer los periódicos o los libros que suelo arrastrar conmigo, y a charlar con Bea (que entonces estaba allí como camarera). Fue allí donde noté por primera vez que a mucha gente le parecía una buena idea que yo ( y mis dos amigos, que estaban a punto de llegar) me planteara quedarme a vivir en el pueblo. Bueno, les parecía tal vez algo curioso, extraño, porque…¿cómo se me había ocurrido recalar en este rincón de mundo? ¡Ah…! Pero no lo veían mal, sino al contrario. Aún recuerdo a José, el padre de Bea, hablando excelencias de Tabuyo ante mí y mis tíos aquel primer día…

También recibí el trato amable de Andrés, y pude disfrutar en aquel entonces de unas cuantas conversaciones con Alfredo (otro de los camareros), por ejemplo sobre pájaros y artesanía. ¡Hay personas bien interesantes en este pueblo! Bien, habría mucho por contar…¡pero es que si no, no termino! Hoy no voy tanto por allí, que me queda más lejos, pero de vez en cuando me gusta volver para recordar los inicios y para estar en el centro del pueblo, sintiendo la vida pasar al ritmo tabuyano y saludando a los vecinos. Y eso es todo, que no es poco. Por haber hablado antes de menús de degustación, me entró hambre. Me voy a hacer la comida y me despido….¡hasta la próxima!
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