sábado, 14 de marzo de 2009

Todo son Bienes

Una mañana, volvía de paseo por el camino de los molinos, cuando vi venir a lo lejos una mujer empujando una carretilla llena de sacos de piñas hasta los topes.
- Esta es la mía - me dije- voy a sacarle una foto, para que se vea que en este pueblo lo de recoger piñas para la lumbre va en serio.

Cuando la mujer estuvo cerca, la reconocí de otras veces en las que nos habíamos encontrado en el bosque, yo dando algún paseo y ella con su perrina, apañando piñas. Le pregunté si me dejaba sacarle una foto y no solo me dijo que sí, sino que, inmediatamente, se sacó la pañoleta, se acercó al arroyo, se mojó el pelo y se lo peinó, y se me puso enfrente, con el carrito delante, sonriendo.
- ¡Vaya, qué bien dispuesta!- le dije yo, sorprendida por la alegría y agilidad con la que, en cinco minutos, la mujer se había colocado para la foto.

No contenta con eso, y como para demostrarme que aún podía hacerse mejor, la mujer llamó a la perrita:
- ¡Venga, Marquesa, sube aquí!
Y le señalaba los sacos de piñas que llevaba sobre la carretilla. Marquesa no se hizo de rogar, y ante mi asombro pegó un pedazo brinco y se colocó encima de los sacos, mirando hacia mí, como si supiera que se trataba de salir en la foto con su dueña. Ahí estaban las dos, sonrientes, posando y esperando que yo dijera que ya estaba. Como ando con cámara recién regalada, que todavía no la sé manejar muy bien, me temo que las fotos que acompañan a esta entrada no son todo lo buenas que podrían haber sido, ni están a la altura de la buena disposición de las protagonistas de la foto. Pero en fin, es lo que hay.

Luego quise saber cómo se llamaba aquella mujer a la que tantas veces había visto y saludado, pero cuyo nombre no conocía. Me pasa mucho todavía, que conozco por las caras a un montón de gente de Tabuyo, pero ni se sus nombres, ni mucho menos los parentescos. Esto es un pueblo, enseguida todos me conocieron a mí y supieron dónde vivía y todo lo máximo que se podía saber sobre mi persona, pero yo estoy tardando años en conocerles a ellos. Supongo que es lo normal cuando llegas a una comunidad pequeña, donde además todos son medio parientes unos de otros.
Pues bien, la mujer me dijo que se llamaba Modesta.
- Ah, ¡Modesta…! Es que por la cara te conocía, pero por el nombre no.
- Yo sí, te conozco desde el principio. Fui yo quien te indicó dónde estaba la casa de Manuel cuando llegaste.
- Ahhh…vaya, casi no me acuerdo. Es que cuando llegué aquí todo era tan nuevo que…
- Ya, ya.

Entonces nos quedamos charlando un rato. La conversación derivó, inevitablemente, hacia mi avanzado embarazo, y entonces Modesta me contó que, cuando ella nació, a los 3 días se declaró la guerra, con lo cual su padre tuvo que alistarse y marchar al frente. Pero no estaba tranquilo habiendo dejado a su hija sin bautizar. Temía morir en la guerra sin haber podido cumplir con eso, así que un día que se encontraba en Astorga, aprovechando la cercanía, se medio escapó de noche y vino andando desde allí (¡30 km!). Cuando llegó a su casa aún no era de día, así que al llamar a la puerta nadie le había visto y las mujeres que había dentro no se fiaban. Como en tantos pueblos, sabían que por desgracia algunas veces llamaban a la puerta no precisamente para dar alegrías, sino para llevarse a alguien de la familia. Pero ante la insistencia de Antonio, el padre de Modesta, una de las mujeres dudó. ¿Y si de verdad era él? Parecía que sí, pero…¿y si era otro que las quería engañar? Ante la duda, ni corta ni perezosa agarró con una mano el cuchillo de matar gochos, y encaminándose a la puerta se dijo:
- Si es Antonio, bienvenido será, y si no es y viene a hacer mal, pues le rajo las tripas.

Ante este punto del relato, me quedé impactada. ¡Esa mujer era del mismo carácter que mi abuela del Bierzo, que en paz descanse! Sólo que mi abuela no echaba mano del cuchillo de los gochos, sino de un hacha que colgó detrás de la puerta, por si acaso. Estaba dispuesta a no dejar pasar a nadie que viniera a hacer daño a la familia, y se decía:
- Y en caso de que no pueda parar a los que vengan con malas intenciones, ¡por lo menos a alguno me llevaré por delante!

Con ese sentido de la justicia natural, mi abuela no pensaba rendirse ante las adversidades así como así, ni doblegarse ante posibles agresores. Afortunadamente para todos nunca fue necesario usar aquel hacha para eso. Hoy en día, mi padre aún la conserva como recuerdo. Es grande, yo no me veo capaz de manejarla, y eso me hace admirar más no sólo el temple de mi abuela, sino de tanta gente de antes. Ante las mismas circunstancias, hoy no sé qué haríamos.

Salí de este intenso recuerdo familiar, que había durado pocos segundos, para seguir prestando atención a Modesta y su conversación. Ahora la sentía más cercana, porque veía que procedía de una familia con un estilo similar a parte de la mía. Me contó que, claro está, no hizo falta usar el cuchillo de los gochos. Cuando vieron que de verdad era Antonio quien llamaba a la puerta se pusieron muy contentas. ¡Qué historias…! ¡Qué tiempos más difíciles se vivieron…! Yo estaba admirada aún por los 30 km que anduvo de noche el padre de Modesta, y ésta me decía:
- Ay hija, que no venga otra guerra mala como aquella, que estuvimos muy apurados.

Y me contaba más cosas sobre la miseria que se vivió tanto en la guerra como en la posguerra, y lo muy duro que fue salir de aquellos baches. Pero a pesar de lo que me contaba, enlazaba las dificultades pasadas con la alegría de vivir, siempre esforzándose por salir adelante, y me decía:
- ¡Todo son bienes, hija! ¡Todo son bienes!

Luego me contó cómo descargó ella sola un carro de patatas estando embarazada de nueve meses, y cómo aquella misma noche se puso de parto, y se asustó pensando si no se habría pasado de bruta, si no habría dañado al bebé con tanto esfuerzo. Tardó más de un día en parir y el marido ya estaba desesperado, pensando que tal vez la criatura se había muerto y por eso no salía. Pero no, vivía. Salió una niña que fue una alegría y de esa niña, hoy, tiene dos nietas, ya mujeres, de las que Modesta me hablaba orgullosísima. Y repetía:
- ¡Todo son bienes!

Había en sus palabras agradecimiento a la vida. Contaba las penurias como quien cuenta cosas que pasan, sin recrearse en lamentaciones y sin querer apesadumbrarme, como hacen otras personas, que te cuentan desgracias para que se te encoja el ánimo y sufras como ellos. Sentí que en cierto modo Modesta, sin proponérselo, me estaba dando enseñando algo. Hay muchas maneras de contar la propia historia personal, y no todo el mundo es capaz de terminar las anécdotas duras con expresiones de alegría y agradecimiento por lo recibido de la vida, sea esto como sea.

Luego, me deseó la mejor suerte del mundo para mi parto y nos despedimos. Me quedé pensando en la historia de aquel padre que anduvo 30 km de noche para bautizar a su hija, y deseé escribirla aquí, pero me pareció que no podía hacerlo sin su permiso. No es mi estilo andar contando cosas tan personales sin preguntar antes. Decidí esperar hasta que me la volviera a encontrar, y entonces veríamos. Además, me di cuenta de que no me había contado el final de la historia. ¿Habría podido el padre de Modesta bautizarla por fin…?

Y fue antesdeayer, que volvía hacia mi casa al caer el sol, cuando me detuve a contemplar una bonita escena. Había unas ovejas pastando en un pradito mientras, a lo lejos, sentada en una silla y enfrascada en una labor de costura, una mujer las cuidaba. La pastora costurera. Quise sacar una foto a las ovejas, y entonces la mujer me habló:
- ¿Salgo yo también en la foto? Si quieres me acerco.

¡Ah, era Modesta! No la había reconocido, porque estaba a contraluz y con la pañoleta tapándole la cabeza. Saqué fotos a las ovejas, y también una a ella, aunque (como ya dije) no salieron lo bonitas que yo hubiera querido. Esta cámara…¡ay, que no sé aún cómo manejar los enfoques! Si es que una se mete a fotógrafa sin tener ni idea, y luego pasa lo que pasa.

Bueno, pues ahí aproveché para preguntarle a la mujer si no le importaba que yo contara esa historia y saliera en internet. Se lo pensó unos segundos, y luego dijo que no:
- Di que a Modesta, la hija de Antonio, la vino a bautizar su padre andando desde Astorga…
- Pero entonces al final pudo hacerlo, ¿no?
- Sí, claro que sí. Llamaron al cura y me bautizaron. ¡Y luego tuvo que volver a marchar andando para Astorga!
- Vaya aventura, ¡eso es amor de padre!
- Sí hija, sí.
Yo no sabía qué más decirle. Me volvió a desear buena suerte para el parto, y preguntó si ya sabía si era niño o niña. Yo dije que no lo sabía, que habíamos decidido que fuera sorpresa hasta el final.
- Bueno, viniendo bien da igual… ¡Todo son bienes hija, todo son bienes!

Sonreí. Todo son bienes. Pues sí. Y me marché a casa, mientras ella daba las últimas puntadas a su labor y se levantaba. También su rato de pastoreo había terminado.
Gracias por tus buenos deseos, Modesta :-)
...

1 comentario:

Lore dijo...

Este relato es muy bonito!! Enhorabuena por el trabajo que supone este blog y por la buena labor que se está haciendo.Yo soy la nieta de modesta y casi se me cae la lagrimilla..!