sábado, 25 de mayo de 2013

"Dame el pinchado"

                    


(El camión de César, un punto de reunión social)

Hace años que mantengo conversaciones con "neo rurales", o sea, gente que vivía en la ciudad hasta que cambió radicalmente de vida y se fue a vivir a un pueblo. También con gente que todavía no ha dado este paso, pero anda dándole vueltas, buscando la manera o el coraje de hacerlo. Por eso sé que, en general, los neo rurales buscan en el pueblo la naturaleza, la tierra como materia prima y espacio que cultivar (y con el que ganarse un poco la vida, o incluso soñando con ser "autosuficientes") y, en general, mejor calidad de vida. Pero rara vez van a los pueblos buscando aprender de los viejos que allí quedan. De hecho, los métodos más nuevos de cultivo, los considerados más ecológicos y sostenibles, no son exactamente como los que se practican hoy en día en los pueblos, sino otra clase de asunto. Así que muchos piensan que no es necesario "aprender" de los viejos. Más bien, desean enseñarles lo nuevo, cambiar su mentalidad.

Afortunadamente, no siempre es así y hay neo rurales que sí desean escuchar a los rurales-de-toda-la-vida, por ejemplo para saber cómo era la vida hace unas cuantas décadas. También hay neo rurales interesados en escuchar cómo eran algunas técnicas de agricultura o ganadería tradicionales, aunque más que nada para contrastar con las nuevas, las que ellos han aprendido en libros, cursos o talleres didácticos.

Pero yo, que también soy una nueva pobladora del mundo rural, pienso que hay un aprendizaje profundo que podemos realizar los "nuevos" de los viejos de pueblo. Sobretodo de los más añosos. De acuerdo, tal vez existan métodos mejores que los suyos para cultivar, que no incluyan los sulfatos, herbicidas o el monocultivo, que tan omnipresentes se han hecho en nuestros campos. Y sí, creo que es necesario que haya quien advierta del peligro del uso de los químicos, o que introduzca nuevas y mejores técnicas para cultivar, etc. Pero hay algo en lo que nos ganan, y con ventaja, los más mayores de los pueblos. Por lo menos los de algunos, y en este caso hablo de Tabuyo del Monte y Priaranza de la Valduerna, que son los que más conozco. Y este algo en lo que nos ganan es cierta mentalidad antigua...

¿Y cómo es esa mentalidad? Es una manera de pensar propia de quienes han vivido varias cosas desconocidas hoy en día para la mayoría. Como por ejemplo:
- Aquellos tiempos en los que todo se hacía entre todos: cosechar, cultivar, ir al monte a resinar, cuidar los rebaños, desbrozar los regueros, abrir trochas en la nieve para llegar hasta el ganado, acarrear las piedras para construir las casas...
- Aquellos tiempos en los que no existían supermercados, y había que "currarse" cada producto: se tejía y cosía en casa, se amasaba el pan, se hacía el jabón, se criaban los cerdos, gallinas y demás para el consumo; las verduras para comer y para los animales:..

En resumen, hablamos de tiempos en los que la gente sabía perfectamente que dependía de los demás para salir adelante, puesto que muchas de las tareas básicas del campo requerían de la unión de muchos brazos para ser realizadas. Nacer y crecer en un ambiente así produce una mentalidad propia, adecuada a esas circunstancias, que no tiene nada que ver con lo que yo llamo "mentalidad de supermercado", o sea, la manera de ser y de pensar de los que lo que hemos aprendido que "casi" sólo necesitamos una cosa: dinero. Hemos interiorizado que "casi" no necesitamos a los demás. ¿Para qué? Solo necesitamos billetes con los que ir a comprar, porque cualquier producto que necesitemos o deseemos se adquiere en el súper, o lo contratamos a empresas para que nos lo sirvan, y ya está. Y, si me apuras, a veces ni siquiera necesitamos a los demás para ganar dinero. Porque, dependiendo del trabajo, puedes hacerlo casi sin relacionarte con otras personas, o relacionándote lo mínimo. Sí, definitivamente, estos son otros tiempos...Lógicamente hemos olvidado la co-dependencia, y tan olvidada está que, a veces, aunque algunos deseamos recuperarla o aprenderla, no sabemos ya ni cómo hacerlo.

Pero voy a ir más lejos. A mí me encanta ir a comprarle algunas cosas a César, el vendedor ambulante que pasa, dos veces por semana, por nuestros pueblos. Pienso que hay que favorecer a los que tienen un negocio aquí, y me gusta darle mi dinero a un vecino al que le puedo poner cara y apellidos, en lugar de dejárselo todo a una cadena de supermercados, así que parte de mi cesta de la compra (no toda, porque hay muchos productos que él no puede traer) queda para César. Hay quien prefiere comprarlo todo en Astorga o La Bañeza "porque es más barato", pero no se dan cuenta de que: uno, lo que te ahorras en el súper te lo gastas en gasolina (mínimo 5 euros) o incluso en chorradas que compras sin darte cuenta, todo porque están allí; dos, el día que César no venga más, lo echaremos en falta, vaya que sí (¡Con lo cómodo que es que vengan a vender a tu calle!), y recemos para no necesitarlo entonces; tres, puestos a darle mi dinero a alguien, lo dicho, prefiero que sea a un vecino, en este caso del Val de San Lorenzo. Estoy harta del centralismo de las ciudades, y de que sólo se lleven pasta los cuatro grandes de siempre, y ya está.

Finalmente, hay una cuarta razón por la cual me gusta ir a hacer cola al camión de César, y es que así estoy con otros vecinos (vecinas casi siempre), sobretodo los más mayores, y escucho y participo de sus conversaciones. Lo cual me encanta, porque soy de esas escasas "neo rurales" que piensan que deben aprender de los viejos de pueblo, y que incluso están en un pueblo, y no en una ecoaldea, en parte por esa razón. No me imagino viviendo en un lugar sin ancianos, no creo que sea bueno, al menos para mí. Es más, me encantaría absorber parte de su mentalidad, heredar como por arte de magia, o gracias al contacto estrecho, al menos unas migajas de su modo de ver el mundo y la vida, así que me "presta" escucharles.

Pero me cuesta explicar o definir cómo funciona estos rasgos de la mentalidad antigua que admiro y desearía hacer míos, así que voy a poner un ejemplo, para que se vea por dónde quiero ir. Hoy, en la cola para comprarle a César, había una paisana (cuyo nombre aún no sé, pero no es importante tal vez, decirlo) que había pedido dulce de membrillo. Este viene en cajitas de plástico, y salieron dos pegadas, porque al parecer a una de ellas se le había pinchado la tapa, y parte del almíbar, muy pegajoso, se había filtrado al exterior, así que la cajita se había pegado a la otra. César, siempre tan correcto, le explicó a la señora el problema y le ofreció el membrillo con la caja intacta, apartando el que tenía el pinchazo (leve) en la tapa. Pero la señora le dijo:
- No, dame el pinchado.
- Pero mujer ¿cómo le voy a dar el pinchado?- respondió Cesar.
- Sí, dame el pinchado, ¿qué más da? Total, está bueno y lo voy a comer enseguida.

Estuvieron así unos segundos (que me lo des, que no se lo doy) Al fin, César insistió más y definitivamente apartó la caja del membrillo pinchada, pero la cosa ya estaba dicha y yo estaba impresionada. Dame el pinchado. ¿Cuántas personas hubieran dicho lo mismo a una cajera de supermercado? ¿A quién más conocía que pudiera comprar (¡pagando!) un producto con un leve defecto? Sinceramente, a nadie.

Pero entendí perfectamente porqué aquella vecina pedía el pinchado. Por su mentalidad antigua. Porque ella aún vivía sintiendo la co-dependencia. El ayudarse mutuamente. Comprar el pinchado era una manera de ayudar a César (le quitaba de encima un producto que corría el riesgo de estropearse antes, o de tener que tirar, porque otros tal vez no lo querrían). Pero, además, estaba esa sabiduría del ahorro, de la humildad que da saber que todo "vale" algo que está mucho más allá del precio que tenga. ¿Por qué tirar una cajita de membrillo -pues no venderlo puede implicar eso- si está buena? En los viejos tiempos no se desperdiciaba nada. Pero es que nada. Porque se sabía lo que costaba -pero de verdad, no monetariamente, sino en cuestión de tiempo y esfuerzo- que los árboles dieran frutos, y que los frutos fueran cocinados hasta ser convertidos en dulce. Así que buena señora estaría pensando: "Todo eso ¿va a despreciarse por un pinchacito de nada en el envoltorio? ¡Qué bobada!"

Pero ya no quedan casi personas como ella. Se van muriendo y el mundo, nuestro mundo, sin que nos demos cuenta ha sido criado con otros conceptos, uno de los cuales es nuestro "derecho" de "consumidores" para rechazar (y tirar) lo que no es perfecto. Las nuevas generaciones, sobretodo las de ciudad, acostumbran a no comer fruta arrugada, a tirar el pan de hace dos días, o a rechazar cualquier cosa que no tenga un aspecto estupendo y como de recién comprado o fabricado. Incluso entre gente de gustos naturales y "alternativos", a menudo no se hacen mermeladas "para aprovechar" lo que está madurando demasiado o tiene manchas, sino, como mucho, para comer mermelada casera, porque es más sana, etc. Lo cual está muy bien, pero tiene un matiz distinto. Así, incluso algunos neo rurales dejan estropear productos en la despensa, o los tiran directamente, no tanto porque no sepan cómo guardarlos o reconvertirlos en otra cosa, sino porque no tienen aún integrada la mentalidad antigua y "se les pasan". Y yo me incluyo. Muchos no valoramos todavía, suficientemente, el esfuerzo que la naturaleza ha hecho para generar eso, y otras personas en elaborarlo. Decimos que sí con la boca, pero no lo decimos de corazón, ni lo vivimos con convicción.

El mundo de esta paisana que pedía la cajita de membrillo "pinchada" es casi incompatible con el mundo de mentalidad de supermercado. Su actitud, su pensamiento, chocan con lo moderno. Nos han inculcado la indignación (¡tengo derecho a comprar algo que no tenga defectos!) y el miedo (¿me enfermaré si como un membrillo que no está 100% herméticamente cerrado?) Pero la actitud de esta señora es la que creo que merece la pena aprender, sobretodo si uno se las da de "ecologista". Porque esto es lo verdaderamente ecológico y sostenible. Y lo de apreciar una cajita de membrillo "pinchada" se aplica gual a muchas otras cosas, sólo que me faltan palabras, me faltan ejemplos para explicarlo. Estoy en ello.

De momento, ahí queda mi revelación de hoy: los neo rurales novatos no sabemos una mierda, comparado con lo que saben estos viejos. A lo mejor hemos leído mucho de técnicas, pero nos falta esa mentalidad de fondo que da el haber nacido y crecido en comunidades que vivían de otra manera. El día que no dejemos pudrir la fruta, el día que lo aprovechemos todo, el día que colaboremos con los vecinos sin más, el día que no sintamos que sentarnos con ellos a charlar es "perder el tiempo", el día que...Bueno, ese día tal vez seamos capaces de volver a vivir "como antes" en lo colectivo y en lo austero, es decir, de manera más comunitaria y, desde luego, más sostenible.


 (César "cumple" siempre, y viene a vender hasta con nieve. ¡Lo suyo es voluntad! Aquí, en Tabuyo del Monte, hace dos inviernos)


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias marta, muy interesante, empatizo tal cual con tus planteamientos. Hace falta que llegue ese día pronto, al igual que hace falta que en las ciudades no mueran sólos los yayos y que aprendamos de ellos y sus formas de vida en la ciudad, actuales y ancestrales. Ahora son un ejemplo sacan adelante en sus casas de 50m tres generaciones con 500 euros de pensión. Gente que reutiliza, que estira, que no compra a ciegas, gente quue no tira na a la basura, GENTE VIVA Siempre. Gracias y enhorabuena

Anónimo dijo...

Un reporte muy cuidado y lleno de carinho por nuestros vecinos y buenas y humildes gentes en los pueblos del teleno. Sigue escribiendo cuando puedas porque da gusto leerte. Un caluroso abrazo lleno de animo.