jueves, 9 de mayo de 2013

La vida que nos queda.

                    
                                      (Fotografías: Marta de Paz)

Cuando andábamos deliberando si volver a vivir aquí o no, un pensamiento se volvía recurrente en mi interior: "La vida que me queda, quiero vivirla en un lugar al que ame profundamente, en el cual pueda imaginarme envejeciendo y muriendo. Un lugar donde, además, todavía pueda disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor". Sí. He dicho todavía, como si la cosa pudiera ir a peor, pero es que últimamente el panorama se ha puesto muy feo en términos ecológicos globales, (no me refiero únicamente al terrible incendio que hubo aquí) y a veces me asaltan pensamientos ominosos. Supongo que es inevitable.

También soy consciente de que pensar, a mis 40 años, en "la vida que me queda" suena tremendista y fatalista, como si pensara que me fuera a morir pasado mañana, pero ¿qué quieres?. Uno no es dueño de todos los pensamientos que florecen de repente en su cabeza, como plantitas que nadie sembró y aparecen por sorpresa. Supongo que es cosa de cruzar el ecuador que son los 40, la mitad de la expectativa de vida, más o menos. Algo natural. Así que echas tus cálculos. Los míos han estado claros y en parte por eso hemos regresado. No sabemos el resultado final que tendrá nuestra acción, pero al menos había que intentarlo.

Y una de las cosas que más me impactan al volver es lo muy bella y esplendorosa que sigue siendo, aquí, la naturaleza. Habíamos ido viniendo de vacaciones los dos años, pero venir en setiembre no es lo mismo que en primavera. ¡Qué belleza más abrumadora!. A pesar del incendio, a pesar de las agresiones del ser humano, todavía nos queda mucha vida en estos paisajes. Será cuestión no sólo de disfrutarla, sino de mimarla y cuidarla para que dure lo más posible siendo lo que es: naturaleza en su esplendor, aún muy salvaje. Aún muy libre.
                      
Después de dos años viviendo en paisajes mucho más manoseados y empobrecidos, estos días salgo a pasear y me quedo literalmente loca, sin saber adónde mirar primero. Las flores, los brotes tiernos, los animales, el agua (limpia, transparente, salvaje), los cielos limpios...Hasta las piedras me dejan sin habla, por su colorido (la tierra roja de aquí "da" piedras hermosas, únicas. ¡Sueño con tener una casa de estas piedras rojas!) Ayer, junto a la presa, observando los líquenes, musgos y plantitas que crecían en unas rocas, pensaba que no hay absolutamente ningún rincón de estos lugares que carezca de vida. Ni las piedras son inertes, porque suelen estar pobladas por líquenes variados. Esto es, biológicamente, la bomba. Un lugar riquísimo. Hay variedad de especies vivas para aburrir, y seguirá así mientras el ser humano no meta la pata o no pierda la sensatez.

Por ejemplo, sólo los rincones abrasados por herbicida se convierten en algo muerto, contaminan el agua, y producen después "hierbajos" picudos, duros y resistentes, que ya no son las mismas plantas que crecerían de manera natural. La fealdad no es cosa de la naturaleza virgen, sino de las pifias del ser humano. De manera natural no existe ningún campo "feo", salvo el que a veces nosotros creamos. Por fortuna, aquí todavía no se ven muchos desastres. Todavía se ven guadañas a hombro de los paisanos. Mejor cortar que matar hasta la raíz, envenenando la tierra y el agua. Y además, haces ejercicio. Que luego, si no, el médico te lo "recetará" y tendrás que inventártelo.
Bien, pues como decía, aún nos queda mucha vida por aquí. Y como el agua, entre otros tesoros naturales, sigue siendo aún algo limpio y abundante, ayer hasta vimos preciosas ranitas verdes de San Antón., un animal cada vez más raro. Para quien no lo sepa, los anfibios están sufriendo cada vez más mutaciones enfermizas, y se encuentran en extinción, entre otras cosas por culpa de los agroquímicos que se vierten en el agua. Por eso, si hay ranas saltando por el campo, ¡buena señal!

Que sea bendita la vida que nos queda. Que viva muchos más años. Que cumpla cien, si puede ser, como los paisanos más viejos del lugar. O muchos más. Que la vean nuesatros hijos, y hasta nuestros nietos, si llegamos a tenerlos. Pero para eso, tal vez, deberemos comprometernos en su cuidado, porque la tendencia global va en dirección contraria: comprar, vallar, alterar, intoxicar, vender al mejor postor, expoliar, quemar, despoblar... Queridos "telenícolas", no sois aún conscientes de lo muy "isla" privilegiada que es esta tierra. Ojalá siga por mucho tiempo así, pero si algún día llegan los "barcos" de piratas (especuladores de los recursos naturales) a este lugar, será bueno tener claras las prioridades. Que no nos roben el tesoro natural a cambio de baratijas, como hizo Colón con los indígenas, que cambió burdas canicas por oro, y aprovechó así para "instalarse" y dominar unas tierras de incalculable riqueza natural (y los indígenas, pisoteados). Porque sin esta naturaleza, no hay vida...sino pobre supervivencia.


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