martes, 27 de enero de 2009

El Sanguiñal sobre las nubes.

Una excursión al Cielo
Relato de un día de excursiones con amigos.
(Manuel Bonilla)



La Cordillera Cantábrica desde el Sanguiñal, emergiendo de un mar de nubes.

Hace un par de semanas recibimos la visita de nuestro amigo David, un salmantino que ahora vive allende los mares, en Bogotá (Colombia) al pié de otras montañas un poquitín más grandes que estas que por aquí tenemos: Los Andes.

Tuvimos por esas fechas unos días de abundante niebla que, si bien tienen su propia belleza, nos dejaban con las ganas de una excursión para disfrutar de las magníficas vistas que estas tierras nos ofrecen. ¿O no?

Ya en alguna otra ocasión había comprobado yo que a veces, mientras la niebla invadía Tabuyo, un poco más arriba, subiendo hacia el Sanguiñal, el cielo se iba despejando según se ganaba altitud. Yo me preguntaba cuán altas podían ser las nubes (refiriéndome al espesor de la capa que forman) y es algo de lo que no tenía - ni tengo - idea, pero bueno, había que probarlo al menos.

Ruben, David y yo nos abrigamos hasta las orejas y, como sólo teníamos la mañana libre y ya sólo la subida a pié nos podría llevar fácilmente 4 horas, nos subimos al coche y echamos a rodar pista arriba sobre la pequeña capa de nieve que cubría los caminos en las zonas umbrías.

Ahhh, qué maravilla. Tan sólo cuando habíamos llegado a la altura de la Fuente de los Tres Caños ya veíamos el límpido cielo azul, con un Sol radiante que en poco tiempo nos obligó a quitarnos parte del montón de ropa que nos habíamos puesto allá abajo. Hicimos allí una paradita para disfrutar de esas primeras vistas, cargar la cantimplora con su deliciosa aguita "fresca" y jugar un rato sobre la superficie helada del pilón.

Aquí estamos David y yo haciendo un ejercicio de Taichi que puso a prueba nuesto equilibrio.
Los dos somos unos apasionados taichichuaneros que aprovechamos cada ocasión que nos encontramos para "cruzar manos".
Todavía no habíamos entrado en calor.

La subida fué sin contratiempos hasta que las rampas se fueron empinando y la suma de nieve + pendiente hizo que el coche empezase a patinar. En fin, qué mejor momento iba a tener para probar a poner esas cadenas que no había estrenado todavía. Unos intentos y unas risas después pudimos seguir la ruta en mi furgonetilla.
Nadie piense que teníamos un 4x4, no, una Renault Express viejita, viejita, pero que me lleva como una burrita por todas las pistas de estos montes cuando se hace necesario. Y no es que me guste utilizar el coche para subir a una zona que considero sagrada, pero dadas las circunstancias... al menos lo hice lo más despacito que pude y procurando hacer el mínimo ruido posible.

Mientras, las nubes iban subiendo tras nosotros.


Y así seguimos, subiendo subiendo, muy despacito, patinando un poco aquí y allá hasta que ya la capa de nieve de la pista se mostró tan gruesa que lo mejor que pudimos hacer fué parar el coche a un lado y continuar andando.

La verdad: para mí fué un alivio dejar el coche, y seguro que para el Sanguiñal también :-P

Yo ya había subido "sin motor" en un par de ocasiones: una a pié y otra en bicicleta, y me parecía que ya estábamos "ahí mismo, un par de curvas y ya llegamos" - les decía yo mientras caminábamos sobre la nieve. El pobre David, que no venía preparado para ello, llevaba puestos unos zapatos cómodos pero sin apenas suela que no le protegían nada del frío.

Rubén en primer plano, David pisando literalmente sus huellas.
(Sí, bueno, la imagen está un poco retocada, pero fué un accidente informático que quedó bonito)

Y pasito a pasito fuimos disfrutando del maravilloso brillo que el Sol producía al reflejarse sobre trillones (los contamos) de copitos de nieve en polvo. La subida era amenizada con conversaciones sobre filosofía, metafísica y matemáticas (David es matemático de profesión) y "arfs", "ajs" y "uys" cuando el pié resbalaba. Pero dejábamos espacios de tiempo (el tema fundamental de la charla) a escuchar el mágico silencio de la naturaleza nevada en la montaña.

Y una curva más...

Ufff, aggg

Y ¡ya después de esa, ya!...

Ufff, Uys

Hasta que por fin, ¡llegamos a la cumbre!

Y ¡vaya regalazo nos tenían preparado ahí arriba! Las vistas eran impresionantes y estuvimos todo el rato con los ojos abiertos como platos y la sonrisa en la boca disfrutando de un aire purísimo y vivificante.


Los picachos sobre las nubes...

Los contrastes entre la roca, el cielo azul y las nubes tan blancas...


Las vistas que desde Tabuyo el Sanguiñal nos oculta...


Y pudimos al fin sentarnos a comer algo para reponer fuerzas y disfrutar de la maravilla de las vistas.

¿Por allá queda Bogotá?

El Teleno, al fondo, se ve como si estuviese mcuho más cerca, y más impresionante, desde lo alto del Sanguiñal.


Tres tíos felices.

Todavía pudimos disfrutar un rato de la bajada hasta el coche. La niebla para ese entonces ya llegó hasta nosotros, pero con cuidadito y mucha calma pudimos bajar sin problemas escuchando sombre el runrún del motor el crujido de nuestras tripas reclamando algo calentito...

Esa misma noche acompañé a David a la estación de autobuses de La Bañeza de donde salía con destino Madrid a las 3 de la madrugada. Cuentan los que por allí rondaban a esas horas que un par de locos iban por todo el vestíbulo de la cafetería haciendo esgrima con dos espadas de madera... JEJE

¡Qué bien me lo pasé, David!
Muchas gracias por tu visita.
Gracias, Sanguiñal, por tu regalo.

Por cierto: la vuelta a Tabuyo a esas horas, con la niebla de hielo que lo cubría todo fué, digamos, emocionante. A 50km por hora y con el coche resbalando de un lado a otro Fiuuuuuuu... Fiuuuuuuuu
Mi bautismo en la conducción sobre hielo que supongo que por estos lares debe ser algo frecuente en el invierno.

Seguimos vivos.

Fin de la crónica viajera.

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