lunes, 22 de diciembre de 2008

Unas Lagrimitas...En la Escuela de Tabuyo

(Los niños de la escuela de Tabuyo, grandes y pequeños, saliendo a saludar al final de la obra de teatro navideña. Nosotros no sacamos más fotos porque era difícil por la poca luz, y además no queríamos distraerles ni molestar con los flashes. De todos modos da igual, porque lo que voy a contar no lo puede expresar ninguna fotografía...)

Tabuyo tiene escuela, algo que ya no pueden decir todos los pueblos. Y no sólo tiene escuela, sino que además en ella se hacen actividades como obras de teatro navideñas. El capítulo de hoy va de cómo fui con mi pareja y mi amigo Manolo a ver la obra de teatro de este año, titulada "Un Mensaje para Todos", y de cómo salí con el corazón apretado y la lagrimilla a punto de caer.

Porque no la dejaba salir, no, que me conozco, y si se me cae una lágrima, la siguen otras y acabo montando el numerito. Cuando noté que se me hacía el característico nudo en la garganta y que el corazón se me esponjaba, como si le salieran alas y quisiera expresar algo muy grande, me dije a mi misma:
- Ay, lo que me pasa es que con esto del embarazo tengo las hormonas trastocadas. ¡Hay que ver, que sólo de ver niños actuando me pongo tonta!

Miré a Rubén, sentado a mi lado, y tuve la tentación de comentarle algo, pero me aguanté. Si le decía lo que me pasaba sería peor, acabaría llorando a moco tendido y, la verdad, me dio vergüenza. En décimas de segundo me imaginé las escenas subsiguientes: el medio pueblo (o todo) allí presente, abarrotando el salón de actos de la escuela, mirándome y sonriendo comprensivamente ante mi estado, dándose codazos y cuchicheando unos con otros:
- Uy, mira, Marta está llorando.
- Je, je, el embarazo la debe de poner algo tontina...

Total, que respiré hondo e hice un esfuerzo para no empezar a llorar...y pude sobreponerme, mientras la obra infantil continuaba. Y tuvimos la fiesta en paz. Eso sí, cuando llegué a casa me acabó saliendo la emoción contenida y ahí sí, lloré y me quedé a gusto.

Y se preguntarán algunos por qué...¿Acaso la obra de teatro era para llorar? ¿Tan emotivo era todo? Bueno, fue una confluencia de factores. La obra, de un argumento sencillo, hacía honor a su título y estaba cargada de "mensaje" dirigido al corazón de la gente. Los niños, la verdad, estaban muy salados metidos en sus personajes y actuaron no sólo con ilusión sino también con mucho desparpajo, muy bien. Luego estaba ahí medio pueblo, un público familiar y sonriente, igualmente ilusionado por ver actuar a sus niños. Además, se notaba la emoción tras el largo tiempo de preparación de la obra, el esfuerzo y sobretodo una enorme carga de lo que hoy llamarían "buen rollo" tanto en los niños (y la maestra, detrás del telón) como de los familiares y demás espectadores. Y yo, que soy muy sensible a eso, no pude menos que empatizar y sentirme sumergida en esa ola de buena voluntad, alegría y calor familiar, con lo cual ya tenía motivos más que suficientes para emocionarme.

Pero es que había algo más, y esto ya era un motivo personal. De repente experimenté un contraste brutal entre lo que habían sido mi entorno y mi vida durante las últimas décadas, y lo que estaba viviendo actualmente aquí. La experiencia de acudir a esa obra de teatro no sólo era algo bonito y emotivo (como sin duda lo fue para muchos), sino que además, para mí, era un símbolo de que mi vida, verdaderamente, ya era otra y nueva.

Hay quien dice que vivimos varias vidas, que el espíritu de la gente cuando se muere se reencarna de nuevo bajo otra forma y con otra personalidad. Yo eso no lo sé, y me parece mucho elucubrar. Pero sí se que es posible vivir varias vidas en una misma existencia, reencarnarse e iniciar un nuevo argumento vital después de haber "muerto" a una vida muy diferente. Y ése es mi caso. Si no lo veo, no lo creo. Hace 10 años, sin ir más lejos, yo estaba codeándome con un "ecosistema" humano en la ciudad que se parece tanto al tabuyano como un zapato se pueda parecer a un pez. O sea, nada. Mi vida se movía en ambientes frívolos y sofisticados, cargados de complicadas relaciones humanas donde, para entenderse bien y "triunfar", había que ser poco menos que psicólogo (o hasta psiquiatra). Mis expectativas eran intentar abrirme camino en un mundo mucho más feroz y desalmado que el que se dice que es el de los cazadores rurales (que aquí los hay), el mundillo del diseño de moda, uf. En realidad, yo no tenía verdadera vocación para perseverar en ese ambiente ni para llegar al éxito en esos negocios, pero no lo sabía, y estaba convencida de lo contrario. Lo que sucede es que a veces, para sobrevivir en una gran ciudad y em ambientes difíciles, te adaptas volviéndote como los demás, aunque sea superficialmente. Luego te lo crees y pasas a vivir en la impostura. En fin, es una larga historia que no merece que le dedique aquí más espacio.

Pero el asunto es que mi sueño, de niña, siempre fue vivir en el campo. Cuando, por obligaciones de la vida, mi familia tuvo que marchar a Barcelona desde León (y yo con ellos, claro está), me juré a mi misma acordarme de eso y hacer lo posible para regresar cuando fuera mayor de edad y tuviera un trabajo o una independencia económica que me lo permitiera. Luego, sucedió lo más normal: tuve que adaptarme y para no padecer nostalgia, me forcé a olvidar y a encontrarle el gusto a mi nuevo vida. Al parecer se me dio tan bien el intento y me sumergí tanto en la gran ciudad que le encontré el rostro de innegable atractivo que tiene, y olvidé todo lo anterior. Me convertí en sofisticada fashion-intelectual y hale, a correr millas...

Bueno. Al final todo lo auténtico asoma a la superficie otra vez, y el caso es que después de muchas historias que no vienen a cuento, me "acordé". Inmediatamente se me cayó el disfraz y al mismo tiempo abandoné todos mis vestidos, medias, zapatos de tacones...es decir, los sñimbolos de toda una manera de vivir. Le perdí el gusto a todo aquello, a la ciudad en sí misma, y sentí la vieja asfixia que noté cuando emigré desde entornos más pequeños, limpios y cercanos a la naturaleza. Necesitaba, como Heidi, volver al campo, a las montañas. Hoy, El Abuelo Teleno me cura de la "amnesia"...y parte de sus Hijos, estos niños inquietos, atrevidos y llenos de vitalidad que hay en Tabuyo, me terminan de recordar cuál era mi sueño desde siempre, y que hoy estoy alcanzando: una vida sencilla, donde haya espacio para las cosas básicas y naturales. Tener un hogar con fuego (calor), fundar una familia, tener un trabajo que deje tiempo para estar con los amigos, con la pareja, con los hijos y los vecinos, vivir en un entorno limpio y bello, proyectar un futuro pensando en nietos...

Bueno, sí, lo sé, ¡no es nada extraordinario! Estoy mencionando cosas simples que en teoría todo el mundo conoce, ¿no? Bueno, pues no, todo el mundo no. Yo vengo de un mundo donde eso no es tan normal, y donde además últimamente, por el encarecimiento de la vida en la ciudad, todas estas cosas se están convirtiendo en lujos que sólo unos pocos pueden disfrutar. Al margen de mi experiencia en los complejos mundos de la moda y los aspirantes al artisteo, la vida en las ciudades se ha convertido en algo difícil para muchos de mi generación (y posterior). Ya no estoy tan segura de que las grandes urbes sean la tierra prometida que fue para nuestros padres. Para nosotros, los hijos de las generaciones que emigraron desde los pueblos a la ciudad hace décadas, las cosas no parecen tan fáciles ahora allí. Ni la vivienda, ni el trabajo, ni nada. Pero, incapaces de imaginar un futuro diferente, porque han sido educados en la idea de que la ciudad es lo mejor y fuera de ella no hay manera de ganarse bien la vida, muchos permanecen allí, atrapados en un sueño que ya ha caducado, que ya no tiene la misma vigencia hoy que ayer. En fin, ese es otro largo tema...

Mi experiencia es algo atípica, sí, y no puede servir como ejemplo, pero he conocido a muchas personas allí que intentaban abrirse camino en trabajos menos sofisticados que el mío, y doy fe de lo difícil que ha resultado y resulta para muchos lograr un equilibrio mínimo entre el ganar y el gastar, un equilibrio que les permita cosas tan naturales como independizarse de sus padres, casarse y tener hijos. Lo último, muchos ni siquiera se lo plantean.

Y aquí enlazo con mis lagrimitas emocionadas del sábado: cuando, años atrás, me planteaba la posibilidad de tener algún hijo, siempre supe que en la ciudad difícilmente me vería con ánimos. Se me hacía una montaña pensar en todo lo que implica criar un hijo ahí...en un piso, entre calles ruidosas y peligrosas, sometida a la presión social de gastar mucho dinero en mil cosas innecesarias, seguramente obligada a trabajar todo el tiempo fuera de casa, dejando al bebé vete a saber con quién...respirando humo...Un mundo de máquinas, de pantallas y realidad virtual para distraer niños y que se callen y atonten mientras los padres no están en casa, un mundo de...Uf, no. Quita, quita. "Sólo tendría un hijo si viviera en el campo", terminaba pensando yo, agobiada.

Y en esas estamos, en camino de realizar no sólo el sueño de volver a la naturaleza, sino también otro. Heidi ha crecido, encontró a Pedro, que también andaba por la ciudad, perdido y nostálgico el pobre, se volvieron al monte con el Abuelo y resulta que ahora hasta van a tener un hijo. Sólo nos faltan las cabras...y oye, quién sabe si en el futuro...aunque a mí me tiran más las vacas :-) De hecho, para que Tabuyo sea perfecto para mi gusto sólo le faltan unas cuantas vacas felizmente pastando en sus prados. Sí, sé que para muchos este capítulo de hoy resultaría de una cursilería y de una blandenguez intolerable. ¡No he olvidado cómo piensa el sector de la sociedad del cual terminé huyendo! Je, je, si me vieran hoy, mis antiguos contactos de aquellos tiempos ni siquiera me reconocerían. Ya no tenemos nada que ver...

Pero aún se me hace extraño encontrar pueblos como éste, donde todos se reúnan en piña, todos risas y desenfado, para disfrutar de una obrita infantil en una sencilla escuela. Sin sofisticaciones, sin muchos medios (no había ni micrófono, ni hay aún calefacción en la sala de actos), pero con toneladas de esfuerzo, ilusión y buena voluntad, esta gente logró que yo volviera a experimentar algo que no recordaba desde mi más remota infancia: el espíritu navideño. El genuino, no ése pseudo espíritu navideño que es todo pose y consumismo, sino el que está hecho de cosas simples: la alegría de reunirse y de hacer algo alegre juntos. Ni más, ni menos.

Cuando volvíamos a casa, les comenté a Rubén y a Manolo que al principio de la obra, al ver salir a los niños con sus disfraces y su ilusión pintada en las caritas sonrientes, había estado a punto de llorar. Entonces, ellos me confesaron que también estuvieron con las lagrimillas a punto de caer, y con el corazón aleteando. Es más, me contaron que miraron por el rabillo del ojo a la gente de alrededor para asegurarse de que nadie les miraba y que entonces vieron, en los ojos de muchos (¡hasta en el de algunos muy rudos!), ese brillo emocionado, ese enrojecimiento característico, y el gesto de tensión que se hace al tragar saliva, intentando... "que no se me note, ¡mecagonendios! (1), a ver si me voy a poner aquí a hacer tontadas".

¡Así que no fui sólo yo...!
Eso significa que los niños lo hicieron bien, y que la obra sirvió para lo que tenía que servir: para ser un acto de reunión del pueblo alrededor del corazón, con la alegría de ver creciendo felices a los pequeños.

Gracias, Tabuyo, por ser como eres y no haber perdido el alma en los enredos de la superficialidad y complicaciones modernas. Los tabuyanos tendrán defectos (uy, sí), pero por lo menos conservan intacto cierto sentido de los valores eternos y auténticos. Y eso vale muchísimo.
...

(1) Por cierto, que lo de "mecagoendios", que sale y saldrá en más entradas, espero que no resulte ofensivo para nadie. No es un invento mío, sino que me hago eco del taco más repetido por los hombres de Tabuyo... De hecho, lo intercalan tanto entre frase y frase como exclamación expresiva, que en casa ya hacemos bromas con eso. Pero lejos de esta gente querer faltarle el respeto...a nadie...Son cosas del hablar, de las bromas, de poner énfasis en lo que se dice, nada más.

2 comentarios:

Montse de Paz dijo...

Marta, m'ha recordat tant els pessebres vivents que he organitzat durant anys... I altres coses.
M'encanta com escrius, i totes les emocions que has transmès aquí.
Petons,
Montse
(sorry, al proper comentari ja ho faré en castellà!!)

Luisa dijo...

Buscaba "alguna cosa"...sobre SETAS y encontré tu blog....lo tengo bien anotado para leerme todas tus entradas porque me ha resultado curioso y muy entrañable...Me gusta tu modo de relatar y de contar los detalles....Saludos