miércoles, 24 de diciembre de 2008

El Fautista Maragato...Y cómo llegué hasta aquí

Esto es una historieta personal, al estilo de lo que contaría en cualquier filandón antiguo, si es que aún los hubiera, y va de cómo es que estoy aquí y no en otro sitio. Me ha venido a la mente a raíz de la entrada de Manuel Bonilla sobre la música maragata y, aunque no es un tema "tabuyano", sí tiene que ver con Hijos del Teleno que deambulan por el ancho mundo y las cosas tan raras que a veces les pasan y/o provocan a su paso.

Y esto sucedió una bonita y soleada mañana de sábado, hará unos 8 años, cuando una servidora se encontraba en su casa, en el muy bohemio barrio de Gracia (Barcelona), tumbada en la cama, y dándole vueltas al coco (para variar). ¿Y sobre qué asunto pensaba yo, si se puede saber? Pues andaba considerando la muy exótica idea, que me perseguía sin saber por qué desde hacía meses, de ir a andar el Camino de Santiago, o no.

Aquel sábado era, como todos los sábados en mi barrio, día de mercado. Hacía calor y tenía las ventanas abiertas de par en par (Barcelona es Barcelona). En aquel entonces yo vivía sola, y disfrutaba de un viejo pero alegre apartamento en aquel barrio tan vivo y cosmopolita, con muchas calles peatonales llenas de tiendas peculiares, bares y restaurantes de todas las nacionalidades del mundo, cines para el público más cool y entendido, etc. Mi calle era una de ésas, peatonal, y por esa razón, y aunque yo vivía en un tercer piso, podía oir perfectamente todo, hasta las conversaciones de la gente que se paraba a charlar unos metros más abajo.

Y andaba, ya lo digo, a vueltas con lo del Camino de Santiago. No tenía ni idea de cómo hacerlo, ni tan siquiera sabía si estaba bien indicado, si había albergues...Bueno, hace 8 años no tenía la publicidad que tiene hoy, aunque desde siempre me constaba que era posible realizarlo. Lo que no sabía era en qué condiciones. Por eso, y porque yo no estaba entrenada a caminar largas distancias en absoluto, me preguntaba si el extraño impulso que me invadía era una chifladura, una idea de bombero más entre tantas otras o, por el contrario, una buena ocurrencia.
Y tenía que decidirlo ya, porque corría el mes de mayo y sabía que la mejor época, por cuestión de clima, sería junio o, a más tardar, julio. Entonces, para organizar mi agenda y calcular cuestiones prácticas (básicamente, el dinero del que podría disponer) tenía que llegar a alguna conclusión pronto. Y es que llevaba desde Navidad con el gusanillo del Camino metido por ahí, sin decidirme.

De repente, sucedió lo inimaginable. Empecé a oir una tonadilla musical que yo conocía muy bien. Alguien tocaba en mi calle, y a los pies de mi edificio a juzgar por lo bien que lo estaba oyendo, una flauta...Y la melodía...¡vaya, no podía creerlo! De verdad que no daba crédito a lo que llegaba a mis oídos. La impresión fue tan fuerte que un escalofrío me recorrió el cuerpo, pues ¿no estaba tocando el misterioso flautista la canción maragata de La Peregrina?

Yo conocía esa música, y hasta la letra. Me la había aprendido de niña, escuchándola en un viejo casette en el que alguien había grabado a una tal Dolores, del Val de San Lorenzo, cantando esto:
Camino de Santiago,
con grande halago,
mi peregrina la encontré yo,
al mirar su belleza,
con gran presteza
mi peregrina se hizo al amor...

Este era el principio de una larga canción que me había parecido siempre muy poética y pegadiza y que, de algún modo, había llegado no solo a aprenderme, sino a conservarla en mi memoria en los largos años de "emigrada" en Barcelona. Es más, a veces, cuando iba por la calle y estaba contenta me daba por canturrearla para mí misma, en voz bajita. Me parecía que me unía a viejos paisajes lejanos y muy queridos, y que me traía el sabor de otros tiempos.

¿Y quién podía conocer esa canción en mi calle...o en todo mi barrio? ¿Y quién podía saber que el tema de esa canción era, nada más y nada menos, que una peregrina que iba a Santiago y a la cual le sucede un encuentro amoroso por los montes? No creía que nadie más que yo pudiera estar reconociendo la melodía, porque si ya es raro tener cierta afición a la música folklórica o tradicional, lo es más saberse la letra de una canción de un rincón perdido del mundo como es la maragatería.

Sí, no había ninguna duda: lo mirara como lo mirara, la canción PARECIA estar siendo tocada PARA MI, como si en aquel momento y lugar todo el universo se confabulara y me trajera un mensaje, una respuesta a mi dilema acerca de ir o no ir a hacer el Camino de Santiago. Y la respuesta venía en formato de música, una música sorprendente e inusual en aquel contexto porque, aunque en aquel barrio era normal que de vez en cuando viniera algún músico a tocar por las calles, era la primera vez que yo oía esa flauta. Y además, ¡parecía una flauta como las de los tamboriteros...!

Bueno, no pude quedarme de brazos cruzados. Me asomé a la ventana y miré a la calle, y allí ví a un chico rubio de pelos largos que, apoyado en una pared, tocaba con su flauta la canción. Me vestí y me calcé a toda prisa y bajé a la calle. ¡Tenía que hablar con él! Aunque sólo fuera para comprobar que no era una alucinación mía.

El chico, cuyo nombre no recuerdo, resultó ser un astorgano con ganas de conocer mundo que se ganaba unos dinerillos tocando la flauta y con eso viajaba por ahí. Le conté lo increíble que me parecía la casualidad: la única persona de todo aquel barrio que podía reconocer la tonadilla de La Peregrina era yo, y tal vez también fuera la única en Barcelona que consideraba esa canción como algo no sólo conocido, sino también especial. Para remate, yo estaba en ese preciso momento dudando si iba al Camino o no, y entonces aparece él, se pone justo enfrente de mi ventana ¡y hale!, a tocar La Peregrina.

El flautista sonrió, comprendiendo el asunto, y entonces me contó que tenía la impresión de que con aquella flauta le pasaban cosas raras. Que a veces se le acercaba gente y, como yo, le contaba cosas inusuales sobre los efectos de su música en sus ánimos o pensamientos. Yo no supe qué pensar, porque me parecía estar viviendo una película de esas de "realismo mágico" y creía que esas cosas sólo les pasaban a otros. Tampoco el chaval se atrevía a hacer interpretaciones de lo que yo acababa de experimentar. Sencillamente, la flauta le gustaba...y aprovechaba que hacía buen tiempo y se sacaba un dinerillo para hacer turismo.

Se lo agradecí, porque fuera como fuera ahora había salido de dudas. Lo que acababa de vivir me parecía tan poético que me daba igual si era una señal del destino o una tontería romántica mía: iba a hacer el Camino de Santiago. Ante la belleza de aquella posible "señal", la elegía entre todas las demás. Se puede elegir lo feo, o se puede elegir lo armónico, lo hermoso. Podía elegir ver las señales de prudencia y peligro del tipo "no tienes mucho dinero, sé sensata y ahorra en vez de irte a dar tumbos por ahí en solitario", o del tipo "ni siquiera tienes equipo, ni estás en forma. Vas a agobiarte o incluso puede que te pierdas"...o se puede elegir la señal simple de una melodía peregrina tocada frente a mi ventana por un astorgano con alma de trotamundos. Yo elegía lo último.

Y es que...¿quién puede resistirse a una bonita melodía surgida en el momento oportuno, y más cuando supone algo entrañable? Yo no, desde luego. Luego, el chico me contó que la flauta era como las que usaban los tamboriteros y que, de hecho, a él le fascinaba desde niño esa clase de música. Se quedaba como en trance escuchándola, y le gustaría enormemente aprender. Tal vez con el tiempo...de momento, se consideraba un simple bohemio aficionado. No tenía tamboril, y apenas sabía 3 ó 4 melodías, sólo una de las cuales era maragata. Mi sensación de estar viviendo una enorme casualidad creció. ¡Sé que ni siquiera en Astorga hay tanta gente que conozca la canción de La Peregrina! Yo la conocía, sí, pero esto era una rareza. ¿A cuántos de mi generación se les había ocurrido escuchar hasta memorizar la voz de Doña Dolores cantando La Peregrina...? Hoy en día empiezan a existir más grupos de música tradicional y se ven más en el mercado sus grabaciones, pero... ¿hace 20 o 30 años?.

Bueno. Dos meses después me lancé al Camino de Santiago sin saber apenas nada de él y después de haberme comprado, como todo equipo, un par de zapatillas deportivas de baratillo, un sombrero de paja, un pantalón militar de segunda mano, unos shorts y un par de camisetas. La mochila era vieja, por lo menos tenía 15 años y amenazaba ruina, pero me daba igual (de hecho, no sobrevivió a aquel Camino). Ni siquiera tenía una guía, sólo llevaba conmigo fotocopias de las etapas más importantes.

Empecé el Camino en León porque no tenía suificiente dinero como para hacerlo entero, pero aquello fue toda una experiencia. ¿Qué me sucedió el primer día? Bueno, pues que me surgió el "recuerdo" del que hablé hace unos días (en el capítulo de las "Lagrimillas en la Escuela de Tabuyo"). De repente sentí de nuevo los paisajes naturales, el campo abierto...y me dije: ¡Pero bueno! ¡Si yo pertenezco a esto! ¿Cómo puedo estar viviendo en Barcelona? ¿Se puede saber qué hago ahí...?¿Estoy tonta o qué?¡Ay, mi vida está toda equivocada, de los pies a la cabeza!

Crucé las etapas leonesas y maragatas emocionándome con cada trocito de paisaje, con cada cielo, campo, roble, encina...No son lugares espectaculares los que recorre el Camino a su paso por León y hasta llegar a Rabanal, pero para mí tenían un sabor entrañable y andar por ellos me produjo un efecto brutal e impactante, incluso físico. Sin estar entrenada, sentía como si tuviera alas en los pies, como si toda la energía del monte me impulsara, al mismo tiempo que me saludaba y me acogía: "¡Esta es tu casa! ¡Bienvenida de nuevo!" Me entró un impulso, un "subidón" tal, que tuve que forzarme a mí misma a parar, porque hubiera seguido andando sin parar hasta Santiago, como si manos invisibles me hubieran dado cuerda para meses. Luego las agujetas fueron de espanto, je, je.

Aquel fue mi primer Camino (pues repetí más veces) y fue algo muy especial. Anduve sin problemas hasta Santiago, viví momentos preciosos y además conocí a gente interesante y maravillosa con la que compartí algunas buenas etapas. Como no esperaba tanto de aquella experiencia, todo lo que me llegaba se me antojaba un regalo. Pero lo más fuerte sucedió a mi regreso a Barcelona. Algo me había pasado por dentro, algo que yo no sabía lo que era, ni sabía describirlo, pero el caso es que ahora sentía que ya no encajaba más en la ciudad. Se me hizo la cuesta arriba del mismísimo calvario tener que volver a "lo de siempre". De repente no me gustaba más ni mi trabajo, ni nada. Hasta el pisito de soltera y aspirante a superdiseñadora del que estaba tan orgullosa se me antojaba ahora un triste capricho tonto, algo insípido y cutre al lado de lo que había ahí...a tantos km de mi casa...Naturaleza. Otra manera de vivir. Libertad. No sé. ¡Ay...!

¡Menuda la hizo el músico maragato aquel! Como una especie de flautista de Hamelín, me sacó de mi ratonera urbanita y me lanzó al monte. Y una vez allí...¿qué? ¿Puede satisfacerse el alma que ha disfrutado del campo abierto y la naturaleza encogiéndose otra vez en una cajita gris? Además, yo había "recordado", y ese recuerdo me impedía hacer como si no hubiera pasado nada. No era sólo lo que había vivido en el Camino, sino lo que yo era de niña, y lo que en cierto modo era mi esencia verdadera. Muy pocos logran vivir de manera acorde a sus sueños infantiles, lo sé, pero yo me propuse hacer lo posible para ello.

Bueno, pasaron los años y aquí estoy. Han pasado mil cosas desde entonces. En el medio anduve oteando salidas a la ratonera de ciudad en diferentes provincias: Tarragona, Avila, Segovia, Madrid...No pretendía volver "a León" necesariamente, porque no buscaba volver al pasado, sino vivir algo nuevo, así que eso podía suceder en cualquier parte. Lo que quería era ir al campo. Ahora bien, si además resulta que era en León, pues mira qué bien, porque amo estas tierras. Y al final, ¿qué ha pasado? Pues que no sólo he logrado ir a parar en un lugar en plena naturaleza y de espacios abiertos, como soñaba siempre, sino que además estoy en León y además (¿casualidad?) es un lugar pegadito a aquel pueblo donde se canta:

Camino de Santiago,
con grande halago,
mi peregrina la encontré yo...

Y es un lugar donde se conocen los tamboriteros, y donde las flautas maragatas, encantadoras por lo hechizante de su sonido primitivo y repetitivo, se oyen en todas las fiestas. Aunque estrictamente hablando esto no es maragatería, casi que sí. Desde luego, es fronterizo. Y desde luego es zona "del Monte Teleno", lo mismo que Astorga, y el Val y el lugar donde fuera que aquel chico rubio de ojos soñadores aprendió a tocar "la Peregrina".

El, un Hijo del Teleno que vete a saber dónde andará, me atrajo a mí, una Hija del Teleno perdida, hacia las Tierras del "Gran Abuelo Montaña", a través del Camino de Santiago. Es un trayecto un tanto sinuoso, pero así fueron los hechos: si yo no hubiera decidido ir al Camino aquel día, no hubiera "recordado"...y si no hubiera recordado, no hubiera dejado de ser lo que era entonces, y si eso no hubiera sucedido, yo no estaría hoy aquí.

Y ¿quién sabe?, tal vez sólo podía "recordar" quién era yo de verdad volviendo a las tierras maragatas del Camino de Santiago, donde viví un puñado de años de mi infancia. Porque la energía de los lugares que nos vieron crecer siendo tan pequeños en cierto modo nos constituye, se nos mete adentro, y pasa a ser algo que siempre nos va a afectar de una manera más intensa que todo lo demás.

Por eso, aparte de hacerme eco aquí de los insospechados efectos de una flauta de tamboritero :-), quiero animar a todos los Hijos de estas tierras a que las visiten alguna vez, si acaso hace mucho que andan lejos, como yo en aquel tiempo. Puede que merezca la pena...

Pero, ¡cuidado!, que si el Abuelo Teleno considera que está en su destino ser atraídos de nuevo hacia la vieja Tierra-Hogar, puede que les envíe a un misterioso flautista, como hizo conmigo, para que toque junto a su puerta una melodía...y ...pian, pianito...no se sabe ni cómo, ¡ops!, ¡vaya!, aquí estamos, en una tierra donde uno puede considerarse como en su casa. No hay tantas, y para cada uno es diferente. ¿Quién sabe cuál será...? ¿Y si fuera ésta?

Gracias, música. Gracias, flautista. Gracias, Abuela Tierra de aquí. Gracias, Abuelo Teleno. Gracias Dios, por estar aquí, hoy, en vísperas de Navidad. Cantaré algo para celebrarlo...
...

2 comentarios:

Rocio dijo...

Me ha emocionado muchísimo leer esta entreda. Y es que me ha recordado muchísimo a mi decisión de hacer el camino de Santiago hace unos 4 años, con una mochila vieja, una chaqueta de lana y dos pantalones viejos. Fueron grandes momentos en mi vida. Como tú tampoco estaba preparada para caminar pero me lanzé a la aventura sin mas y descubrí un mundo maravilloso. Ayer mismo escuchaba Luar Na Lubre "Chove en Santiago" en mi pequeña habitación en Londres mientras derramaba alguna lagrimilla de nostalgia. Preciosos momentos y precioso camino y es que cuando uno camina por esos lugares siente de repente una energía que no creía tener. Volví a sentir esa sensacion en Septiembre del ya pasado año caminando por tierras altas escocesas. Y es que cuando me hablan de ir a dar una vuelta por la ciudad soy la cosa mas vaga del mundo pero cuando hizé el camino pense que me podría pasar la vida asi, caminando, con alma de pregrina, sin prisa, simplemente admirando los paisajes alrededor.

Marta de Paz dijo...

Ay, ¡a mí también me agarra la nostalgia del Camino cada cierto tiempo! De hecho, estoy empeñada en que volveré a él, pero esta vez andaré desde Tabuyo. Nada más trasladarme a este pueblo se me metió entre ceja y ceja que por aquí pasó un ramal menor (hoy olvidado) del Camino, pero no sé si es capricho mío, que quiere ver cosas donde no las hay, o es que "algo hubo". Pero ya hablaré de eso cuando haga una entrada sobre el patrón de Tabuyo, que es Santiago, claro está.
Quién sabe, pero...¿no sería al menos algo bonito abrir (y señalizar y promocionar) un caminillo alternativo que pasara por aquí? ¡Qué emoción, ver pasar a peregrinos por el medio del pueblo! Aunque fueran 4 locos al año le darían a esto un aire muy internacional e interesante, y también podrían ser un pequeño filón de turismo "alternativo".
Sé que hay varias personas del pueblo que han salido andando desde casa y, pasando por Luyego, se han unido al Camino Francés en Rabanal del Camino, pero además me gustaría encontrar algún dato un poco más "oficial" o histórico que avalara mi "teoría"...si es que puede llamarse tal.

Pero sí, lo de andar cruzando paisajes, sintiendo la tierra bajo los pies y tanto cielo sobre la cabeza, crea vicio. Yo también sentí que podría vivir así...y me dediqué a repetir "Camino" cada verano que podía (4 veces). Claro que fui realista y tuve que admitir que el nomadismo, como modo de vida, no tiene mucho futuro en estos tiempos que corren :-P, y menos en la civilizada Europa.
Entonces, me dije que por lo menos estaría más en contacto con la naturaleza y que ninguna ciudad me atraparía nunca más. O por lo menos eso es lo que iba a intentar...

Pues saludos, me pasaré por tu blog ;-)

Marta